Finalmente, después de varias paradas por festivales cinematográficos, se estrenó en cines selectos el último largometraje del galardonado cineasta mexicano, Alejandro Gonzalez Iñarritú. Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades también llegará a la plataforma de Netflix el 16 de diciembre. Esta vez el arte del cineasta genera divisiones muy marcadas, pero todo dependerá de quien esté dispuesto a dejar los prejuicios de lado y a subirse a un viaje íntimo y surreal.
¿Quién alguna vez soñó con volar? ¿Quién alguna vez no ha despertado con una sensación extraña de haber estado levitando por los cielos? Las primeras imágenes de Bardo nos invitan a rebuscar esos recuerdos que podamos haber sentido y nos pone en órbita de lo que será Bardo, no solo por repensar ese sueño colectivo sino que nos adentra al surrealismo e Iñárritu aprovecha para demostrarnos, una vez más, el orfebre que es: el sublime artificio con la cámara será penetrante a lo largo de todo el metraje.
¿Pero qué es el bardo? Como oriunda de Argentina diría que es un lío, pero en el diccionario tiene distintas connotaciones: desde poeta hasta limbo, pero para su director es el sentimiento que tiene una persona que abandonó hace bastante su país y no sabe a qué lado pertenece, es una fractura. El bardo es una condición que atraviesa a todos sus personajes y cada uno lo resignifica de alguna manera que iremos descubriendo.
Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho) es un exitoso periodista y documentalista que hace más de veinte años está radicado en Los Ángeles y regresa a su México natal para recibir un premio de reconocimiento. En ese camino de vuelta será un viaje de la conciencia, un estudio de personaje para el espectador. Una aventura fantasmagórica para exponer con autocrítica temas como la identidad, la emigración, la familia, la pérdida, el racismo, la colonización, el éxito y la mortalidad. Pero Silverio Gama no sería posible sin la entrega de su actor mexicano quien lo encarna de una manera hipnótica y nos regala una secuencia de baile en acapella de Let’s dance de Bowie que es simplemente deslumbrante.
Bardo de Iñárritu es un inmersivo retrato de un artista torturado, fracturado que respira ansiedad existencial en un imaginario visual apabullante. Bardo no tiene una estructura simple ni una narración clásica porque es sobre los recuerdos y los sueños y a ellos no los atañe el tiempo.
Otros dicen que Bardo es el álter-ego del director lo que convierte a esta película en un relato banal, pretencioso y egocéntrico, pero en mi caso me quedo con el lado luminoso de esta obra: un artista (Iñárritu) que toma sus derechos para cincelar sus pensamientos en un imaginario que escala por encima de lo que nos permite el cine.
Luis Buñuel decía que el «cine es un sueño dirigido» y Bardo es un fiel reflejo de esa idea.