Antes de analizar Air, la película de Ben Affleck con Matt Damon, hay que recordar que en plena pandemia se estrenaba en la plataforma de Netflix, la serie documental The Last Dance sobre el equipo de la NBA los Chicago Bulls y su integrante, Michael Jordan. En aquel tiempo, esta docuserie fue la agenda de muchos para reconfortarse en el sillón de sus casas. En medio de una coyuntura en la que la nostalgia iba alcanzar su punto álgido. La razón es porque ver un pedazo de historia siempre es hipnótico. Y más cuando se trata de uno de los grandes iconos del deporte y la cultura pop: Michael Jordan, el basquetbolista que superó su destino. Hoy, ya pasada la pandemia, la nostalgia continúa imperturbable, así es como las biopics acechan las pantallas. Ben Affleck decide ponerse la cámara al hombro para hacer foco en una de las aristas menos pensadas a la hora de abordar la radiografía de un astro deportivo como Michael Jordan. Affleck apuntalado por el guion de Alex Convery, opta por recrear uno de los grandes momentos definitivos en la historia de la cultura pop, la economía deportiva y la moda callejera: la alianza Jordan- Nike. Así es como Air sigue la historia de la estrella del básquet en ascenso y su contrato con la compañía, que da origen a la línea de calzado Air Jordan. La película comienza con una gran puesta de collage sensorial para inmiscuirnos perfectamente a finales de los 80. Inyecta adrenalina para advertirnos de la carrera competitiva por vestir los pies de los reyes del básquetbol de la NBA. En la que Converse lideraba, Adidas iba en ascenso y Nike estaba último. Luego registra a Sonny Vaccaro, interpretado por Matt Damon, un ejecutivo de marketing de Nike, que se encarga de reclutar las futuras promesas del básquet universitario para generar contratos de patrocinio. Aunque estamos ante una clásica historia del determinismo norteamericano y un destino conocido, Affleck se encarga de que el relato se encuentre infundido de emoción. Genera la fascinación suficiente para que el espectador quiera seguir la suerte de una compañía de zapatillas. Es así como el personaje de Sonny, envuelto en esas oficinas de Nike que nos remiten a la vorágine de Jerry Maguire y su Show me the money!, comienza la búsqueda por ese talento salvador al que su instinto le grita que su meta es conseguir al grande que aún todos desconocen: Michael Jordan. Aunque sabe que es arriesgado, tiene como brújula a los mandamientos de Nike que lo empujan con gran determinación a convencer a todos. Hasta los mismos padres del basquetbolista, que la grandeza de su hijo es su garantía. Air es un relato hermanado con el espíritu de sueño americano, acompañado de excelentes actuaciones como la de Viola Davis, Matt Damon y Jason Bateman. La película cuenta con una enérgica y convincente dirección de Ben Affleck en la que brilla por su gran decisión de generar un Michael Jordan omnipresente. Air se acerca a los pies del grande para llegar a nuestros corazones.
Tras la pandemia, pareciera que estuviésemos frente a una ola de terapia cinematográfica, pues un gran puñado de realizadores en estos últimos meses nos han regalado sus mayores miedos, inciertos, verdades, confesiones, y en algunos, hasta casi referencias autobiográficas. Steven Spielberg con Los Fabelman, James Gray con Armageddon Time, Alejandro Iñarritú con Bardo, Jordan Peel con Nope. La crítica de Babylon ha despertado en la cinefilia, los expertos teóricos, y hasta ¿twitter? (que ya pareciera ser un rotten tomatoes de ocasión) todo tipo de discusión. El consenso se picó. Pues bien, ahora es el turno de Chazelle con su Babylon. una odisea grandilocuente que divide las aguas en la platea del visionado. El film es una adictiva inmersión a uno de los grandes cambios que sufrió Hollywood: el paso del cine silente al sonoro. Sabemos que este joven director ha trazado su filmografía con un hilo obsesivo que orienta a sus personajes hacia la búsqueda del sueño aparentemente inquebrantable. Y, así, alcanzar la gloria máxima. Chazelle con Babylon finalmente consigue sincerarse y plasma todo lo que sabe que tiene a su alcance y que puede hacer para entregar su triunfo colosal. Babylon es un viaje apabullante, magnético, frustrante y emocionante. Tal como lo fue la meca del cine en aquellos rugientes 20s. El universo ‘de las películas’ no se terminaba en un set sino que era un estilo de vida que se vio amenazado por la llegada del sonido. Una nueva forma de capturar aún más la realidad. Luego Chazelle se encarga de mostrar que en verdad el hito brindó aún más magia porque todo era parte de construir algo más grande que la propia industria y el star system. Era un pedazo más para erigir el cine, esa sala oscura que no juzga a nadie. Esta película captura todo ese frenesí a través de varios personajes: Nellie Leroy (Margot Robbie), la estrella que quiere morir siendo leyenda, Jack Conrad (Brad Pitt), el galán silente que descubre que el estrellato se oxida, Manny (Diego Calva), un mexicano que llega a esas tierras con sed de pertenecer a un set como sea, Elinor St. John (Jean Smart), una periodista sensacionalista que también era una pieza notable en los estudios (podría ser un crítica actual de Babylon más). Todas esas interpretaciones están al servicio de un mundo desenfrenado y de una industria que estaba tratando de descifrar el camino. Babylon es una odisea que hipnotiza tanto a los amantes del cine como a los que son indiferentes, porque en ese viaje plagado de planos memorables y sueños inquebrantables, está el triunfo y la decadencia al desnudo, interconectadas como verdades que competen a cualquiera. Qué mejor que terminar este comentario sin ningún tipo de spoiler, y subrayar el espíritu de la película. La crítica de Babylon más adecueda es decirles que realmente vayan al cine, eso sí, la única recomendación es que es escatólogica porque bueno, ‘a quien quiere celeste que le cueste’.
Finalmente, después de varias paradas por festivales cinematográficos, se estrenó en cines selectos el último largometraje del galardonado cineasta mexicano, Alejandro Gonzalez Iñarritú. Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades también llegará a la plataforma de Netflix el 16 de diciembre. Esta vez el arte del cineasta genera divisiones muy marcadas, pero todo dependerá de quien esté dispuesto a dejar los prejuicios de lado y a subirse a un viaje íntimo y surreal. ¿Quién alguna vez soñó con volar? ¿Quién alguna vez no ha despertado con una sensación extraña de haber estado levitando por los cielos? Las primeras imágenes de Bardo nos invitan a rebuscar esos recuerdos que podamos haber sentido y nos pone en órbita de lo que será Bardo, no solo por repensar ese sueño colectivo sino que nos adentra al surrealismo e Iñárritu aprovecha para demostrarnos, una vez más, el orfebre que es: el sublime artificio con la cámara será penetrante a lo largo de todo el metraje. ¿Pero qué es el bardo? Como oriunda de Argentina diría que es un lío, pero en el diccionario tiene distintas connotaciones: desde poeta hasta limbo, pero para su director es el sentimiento que tiene una persona que abandonó hace bastante su país y no sabe a qué lado pertenece, es una fractura. El bardo es una condición que atraviesa a todos sus personajes y cada uno lo resignifica de alguna manera que iremos descubriendo. Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho) es un exitoso periodista y documentalista que hace más de veinte años está radicado en Los Ángeles y regresa a su México natal para recibir un premio de reconocimiento. En ese camino de vuelta será un viaje de la conciencia, un estudio de personaje para el espectador. Una aventura fantasmagórica para exponer con autocrítica temas como la identidad, la emigración, la familia, la pérdida, el racismo, la colonización, el éxito y la mortalidad. Pero Silverio Gama no sería posible sin la entrega de su actor mexicano quien lo encarna de una manera hipnótica y nos regala una secuencia de baile en acapella de Let’s dance de Bowie que es simplemente deslumbrante. Bardo de Iñárritu es un inmersivo retrato de un artista torturado, fracturado que respira ansiedad existencial en un imaginario visual apabullante. Bardo no tiene una estructura simple ni una narración clásica porque es sobre los recuerdos y los sueños y a ellos no los atañe el tiempo. Otros dicen que Bardo es el álter-ego del director lo que convierte a esta película en un relato banal, pretencioso y egocéntrico, pero en mi caso me quedo con el lado luminoso de esta obra: un artista (Iñárritu) que toma sus derechos para cincelar sus pensamientos en un imaginario que escala por encima de lo que nos permite el cine. Luis Buñuel decía que el «cine es un sueño dirigido» y Bardo es un fiel reflejo de esa idea.
El director de la secuela de Mamma Mia, here we go again, Ol Parker se atreve a desempolvar el baúl de los recuerdos sobre unos de los géneros más significativos de la década de los noventa. Algo que en los últimos años parecía haberse evitado. Sin embargo, Ticket to Paradise nos demuestra lo contrario: el avión de la comedia romántica ha finalmente aterrizado luego de un largo viaje. Colmado de clichés y de manual. ‘Pasaje al paraíso’, con Julia Roberts y George Clooney, es una película que estruja los elementos de la comedia de rematrimonio. Esto sin dudas atrapa a quienes estén con ganas de apagar la llama de la nostalgia. Georgia (Roberts) y David (Clooney) son una pareja de divorciados que han estado más tiempo separados que juntos y a lo largo de todo ese lapso no han hecho más que maldecirse. A pesar de su odio, ambos comparten la crianza de su hija, Lily quien es una abogada recién recibida y lista para empezar su vida adulta. Para festejar su título, Lilly viaja con su mejor amiga a Bali donde conoce a un muchacho encantador y ambos palpitan un flechazo que se convierte rápidamente en propuesta de casamiento. Motivo que obliga a la pareja divorciada y distanciada dejar a un lado las chispas y conspirar juntos para impedir esa boda. Pero como dice el refrán: del amor al odio, hay un solo paso y Ticket to Paradise se regodea en la idea. Entre el histerismo que los envuelve, las dos míticas estrellas del Hollywood de los noventa se permiten divertir y entregan al público lo que vino a buscar: el encanto de Clooney y la frescura y sonrisa de Roberts. Y así podríamos compararlos con Cary Grant y Katharine Hepburn en Pecadora equivocada (1940), que al igual que Pasaje al paraíso, es una historia de rematrimonio con una pareja que desbordaba química en la pantalla. Ticket to Paradise cuenta una historia predecible, utiliza los condimentos del género, ostenta sus estrellas, pero no engaña en ningún momento. Es una película que invita a quienes están deseosos del género puro, se animen a comprar sus pasajes y disfruten el viaje.
La pandemia del Covid-19 pareciera que hubiese perpetuado la creencia de que cualquier película que sea motivo de ir al cine, cualquiera sea la razón (efectos especiales, buenas escenas de acción, estrellas imperdibles), hay que festejar. Y ‘Tren Bala’ no es la excepción. Es un film que surge en un momento en el que el mar de la taquilla necesita un navío que reivindique el género de acción y que los personajes no tengan capas y trajes. Basada en la novela homónima del escritor japonés Kotaro Isaka, ‘Tren Bala’ es una coproducción entre Estados Unidos y Japón y está bajo el mando de David Leitch. El historial del director posee títulos como Deadpool 2, Atómica y fue codirector de la primera entrega de John Wick. En ‘Tren Bala’, Leitch expone toda su destreza para captar escenas de peleas y artes marciales altamente coreografiadas y mucha violencia acompañada de la comedia ecuánime y necesaria. En medio de las luces neón de la imponente Tokio, nos encontramos con Ladybug (Pitt), un asesino a sueldo que pareciera que el solo quiere abandonar ese oficio y encontrar la paz, producto de los consejos de su terapeuta. Sin embargo, acepta realizar una tarea simple: abordar el tren bala, robar un maletín misterioso y descender en la próxima parada. Pero lo que no sabe es que, en el tren más rápido del mundo, lo espera una fiesta sanguinaria. Así es como sicarios, mafiosos y hasta una víbora harán de este tren un arma letal. Que hasta pareciera que se va a descarrilar en cualquier momento, inyectándole aún más adrenalina a tanta velocidad. El famoso tren bala se convierte en un escenario donde la venganza y la ira pareciera dominar a estos criminales extravagantes quienes solo quieren cumplir su misión. ‘Tren Bala’ es una película totalmente consciente de lo que quiere generar: fiesta y pura diversión catártica. Como buena película de acción, ‘Tren Bala’ tiene un estilo caricaturesco, colorido, rápido y vertiginoso. Se apropia victoriosamente de todos los clichés y costumbres del género; con peleas de acción y artes marciales que veneran a directores como Guy Ritchie o Tarantino, respectivamente. Además, el largometraje cuenta con un repertorio de actores estelares y algunos cameos que vale la pena sorprenderse. Pero sin dudas, la película es la fiesta de Brad Pitt, quien a la altura de su carrera comprueba una vez más que es a ‘prueba de balas’. Pitt demuestra que la comedia le sienta bien y que con un gorro de pescador puede ser agraciado y rudo a la vez. El encanto y seducción de Pitt impiden que uno se quiera bajar del Tren Bala, y como pasajero (perdón, como espectador) uno solo quiere que la fiesta no termine o al menos que salga ileso de esta locura.
Llegar a la tercera edad y ser mujer es una combinación que muy pocas veces se debate en el cine, aunque podemos pensar en algunos ejemplos: aquellas historias tan frescas y cautivadoras que nos regaló la directora Nancy Meyers como en Alguien tiene que ceder y Enamorándome de mi ex, con las insuperables Diane Keaton y Meryl Streep respectivamente. Ambas actrices hicieron papeles icónicos que nos invitaban a poner foco en que la mujer adulta puede animarse a seguir sus instintos, patear el tablero y, por más cliché que suene, ser felices, ahí donde radica el verdadero poder femenino. En Buena Suerte, Leo Grande, la directora Sophie Hyde junto a la creadora y guionista Katy Brand, develan la invisibilidad de la mujer en la tercera edad, un tema que muchos discursos le escapan. Emma Thompson es Nancy Stokes, una viuda y docente retirada quien siempre se comportó bajo las reglas y de lo único que está segura es que nunca tuvo ‘buen sexo’. Sin embargo, finalmente se decide a conseguirlo. A través de un plan meticuloso y detallado sobre todo lo que espera de este despertar sexual, Nancy contrata a un trabajador sexual que se hace llamar Leo Grande, interpretado por Daryl McCormack (Peaky Blinders), un joven irlandés seductor, irresistible, pero sin tanto fanfarroneo. Es el encargado de cumplir esta búsqueda. La película tiene un cierto dejo de lenguaje teatral ya que gran parte ocurre en la habitación de un hotel pulcro y se divide en cuatro partes que representan los cuatro encuentros que tanto Nancy como Leo bailan alrededor de la idea de tener sexo, un baile que los aproximará a un encuentro inesperado con su interior. Una habitación que genera intimidad, miradas, diálogos reflexivos y un poco de risas. Como cualquier interacción humana, la película nos demuestra que es imposible no sacar las capas que cubren a la cebolla. Es difícil evitar caer en profundizar una relación entre dos personas para que un acercamiento se sienta real. Sin poder evitarlo, Nancy en su verborragia, miedos e inseguridades, encuentra una mujer que se supera a ella misma, sale de su mandato y se anima a conectar con su interior, con su cuerpo hasta con sus ideas. El film es tan sentido y tan real que permite que cualquier mujer en el mundo pueda verse reflejada desde el otro lado, sin importar la edad que tenga. Y todavía parece más creíble, cuando nos enteramos, ya que lo ha dicho en varias entrevistas, que la actriz también tuvo que recorrer un camino de aceptar su cuerpo. Es así como en una de las escenas, me atrevo a decir, más valientes de su carrera, la gran actriz, a sus sesenta y tres años se mira en el espejo, desnuda logrando una conexión tan vívida. En su mirada vemos a Nancy abrazar cada centímetro de su piel. Deja al desnudo que el amor propio es lo que lleva al placer de cada encuentro, con uno mismo, con otros, con el mundo. El placer de estar vivo. Buena suerte, Leo Grande es una historia íntima de superación femenina que invita a derribar los propios prejuicios para lograr encontrar el placer en la vida y por qué no en la cama.
‘Elvis’ es un viaje frenético y veloz de 2 horas y cuarenta minutos sobre aquel niño de Memphis a quien la música le poseyó el alma, alguien quien siempre quiso ser grande, alguien quien siempre amó a sus fans. Pero no todo brilla en esta colorida aventura. Buz Luhrmann decide contarnos esta historia a través de un narrador omnisciente que es el Coronel Tom Parker, interpretado sorprendentemente por Tom Hanks. El coronel Parker, un estafador por naturaleza, nos recuerda reiteradas veces que es él quien creó a Elvis Presley. Sin embargo, la película se encarga de subrayar las artimañas de este jugador quien no hizo más que manipular toda la carrera musical del rey del rock. Sin rebozo, la película parte de este vínculo para atravesar todas las décadas del mítico cantante hasta el ocaso de su carrera. “Tú y yo somos lo mismo, dos extraños y solitarios niños, buscando la eternidad” le dice el monstruoso y codicioso Parker a Presley (Butler) para poder seguir reteniendo a su marioneta quien intentó pero nunca pudo salir. Una relación abusiva para cuestionar hasta el día de hoy. Pero lo que no se puede cuestionar es la actuación de Austin Butler quien es el encargado de darle vida al Rey. El talento de Butler es sin dudas el corazón que bombea la película. Suena “Unchained Melody” en el Hotel Internacional de Las Vegas, Butler es Presley, Elvis es Austin. Así es como decide terminar la historia, estas dos almas se unen en una de las representaciones más sentidas y uno desde la butaca entre lágrimas se entrega a vivir ese legendario momento: el adiós al Rey. Un estilo barroco con mucho color y luces, un montaje exaltado y la música como hilo que teje escena tras escena son las peculiaridades que nos regala Baz Luhrmann en ‘Elvis’, que por momentos puede ser avasalladora pero muy consciente de lo que quiere generar. Es un show desde lo visual hasta lo auditivo. En definitiva es un espectáculo, tal como lo fue Elvis.
Luego de haber leído el libro ‘The Last Duel’ de Eric Jager, un clásico francés sobre el último duelo judicial del Siglo XIV, Matt Damon se contacta con Ridley Scott, director con el que ya había trabajado en ‘The Martian’, para poder darle vida a este relato. Sin embargo, esta obra se construyó en equipo. Damon y Ben Affleck fueron los encargados de escribir el guion junto con la directora y guionista Nicole Holofcener. Quien, según Affleck, es la ‘Jane Austen de estos tiempos’ , ayudó en el famoso female gaze, la mirada femenina que tan imprescindible es en esta historia. Allá por el año 2000, fuimos testigos de uno de los grandes clásicos del cine: ‘Gladiador’. El director británico Ridley Scott nos demostró su gran talento para remontar a través de la cámara un pasado histórico, real y minucioso en el que el espectador logra entrar a ese universo y entender los códigos de ese pretérito mundo que alguna vez fue real. En ‘Gladiador‘, fuimos envueltos en el sufrimiento del traicionado general hispano Máximo quien anhelaba recuperar la familia y la felicidad que alguna vez poseyó. Años más tarde, sin tantos bombos y platillos, Ridley Scott nos trae lo que mejor sabe hacer: inmiscuirnos en una sociedad pasada para revelarnos esta vez el agobiante sufrimiento y abuso de una mujer en el medioevo francés. Una sociedad patriarcal donde la mujer no era más que un objeto y propiedad, que solo por decir su verdad podía terminar quemada en la hoguera. ‘The Last Duel’ sigue la historia de Jean de Carrouges, un caballero francés, que lucha y pelea con fervor para mantener su orgullo, su dinero y defender a su rey. Su amigo Jacques Le Gris, quien a costa de ganar poder y altanería, se convertirá en su enemigo por diferentes traiciones. Pero todo llega a su epítome cuando la mujer de Jean de Carrouges, Marguerite de Carrouges, le confiesa a su marido que fue violada por su enemigo Jacques Le Gris. El film comienza con lo que luego será parte de un final. Podemos sentir la adrenalina que envuelve a esa escena. La cual nos zambulle al retrato de un público expectante que está a punto de ver el combate judicial de dos hombres que pelearán por sus vidas. Un combate que no tiene desperdicio, es para ser visto en la pantalla grande. Luego la película toma el estilo ‘Rashomon’, término que se atribuye en el cine cuando un evento se explora a través de la mirada de los distintos personajes involucrados. Tendremos los tres puntos de vista. Jean de Carrouges, interpretado por Matt Damon, un marido celoso y solo preocupado por su honor. El punto de vista de Jacques Le Gris, interpretado como solo Adam Driver sabe hacer, un hombre soberbio y sin escrúpulos. Y por último el punto de vista, más bien, los sentimientos de Margarite, interpretada por Jodie Cormer quien es la gran revelación de la película. Su actuación es magnífica. Está en el tono perfecto de una mujer que no puede gritar pero no quiere callar. La manera en que revela su angustia en su rostro es digno de aplausos. El efecto de las distintas miradas cumple para subrayar que en realidad hay una sola verdad y es el desgarrador relato de esta mujer que sólo quería lo que le pertenecía: ella misma. Su verdad, su justicia. Se puede decir que ‘The Last Duel’ es un enfrentamiento entre el pasado y el presente como sociedad. ¿Hasta cuándo seguiremos dudando de la verdad?