Alto bardo.
Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades es la última película de Alejandro González Iñarritu, ganador del Oscar al mejor director dos veces consecutivas por Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) y El renacido, que vuelve a filmar en su México natal producido por Netflix. Y protagonizada por Daniel Giménez Cacho, acompañado de la argentina Griselda Siciliani, Ximena Lamadrid, Íker Sánchez Solano y Andrés Almeida, entre otros.
La historia, basada en un guión de su director, en una nueva colaboración con el ganador del Oscar Nicolás Giacobone, cuenta la historia de Silverio Gacho (Giménez Cacho), un renombrado documentalista mexicano radicado en Los Ángeles, que vuelve a su país natal para celebrar junto a sus allegados el reconocimiento por un importante premio que va a recibir en Estados Unidos. Que sirven como sustento narrativo para una serie de secuencias oníricas entre las que se alternan recuerdos propios con reflexiones sobre la historia de su país.
En primer lugar es necesario destacar la prodigiosa fotografía de Darius Khondji (Delicatessen, Pecados capitales, Evita de Alan Parker), cuyas lentes grandes angulares exageran la profundidad de campo para generar ese clima surrealista, con escenas oníricas construidas con largos planos secuencia, que interrumpen el realismo de los acontecimientos a la manera de cine de Luis Buñuel. En las que el Silverio de Daniel Giménez Cacho se convierte en el equivalente de lo que fue Marcelo Mastroiani para Fellini en La ciudad de las mujeres (La città delle donne, 1980) como testigo y protagonista, en el sentido de que lleva a cabo las acciones que hacen avanzar la trama de lo que ocurre.
Pero si bien tiene todo para convertirse en una obra maestra, falla porque en su ambición excesiva se olvida del público. Ya que este ocupa un rol pasivo, limitándose a contemplar las imágenes, algunas de una belleza admirable y otras de un notable mal gusto. Y llenas de significantes a los que no les encuentra un significado a pesar de lo altisonante de muchas de sus líneas de diálogo, haciendo que los gags generen desconcierto en lugar de risas.
En conclusión, Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades es la película más ambiciosa y fallida de su director, incluso más que Babel (2006). En la que su director mantiene en un rol pasivo al espectador mientras le muestra cómo juega solo, cuando él mismo dice, en boca de su protagonista, que el que no sabe jugar no puede ser tomado en serio, cosa que ocurre en este caso en particular.