Lo estático y lo mutable
Múltiples capas narrativas o texturas atraviesan el microuniverso mitad ficción, mitad realidad de Barroco, debut cinematográfico de Estanislao Buisel, quien escribió junto al actor Walter Jakob un complejo guión con enormes reminiscencias literarias, las cuales encuentran una sólida plataforma de despegue en la trama, donde además recursos de la metalingüística crean espacios que se yuxtaponen entre los planos de realidad y ficción ya mencionados.
Por un lado, Barroco es la expresión de deseo de un protagonista, Julio, al que la idea de sublimación de sus ansias de venganza, dirigida a un ex novio de su actual novia, lo conducen a tramar un robo perfecto. El atraco aparece primero como argumento de una fotonovela ambientada en una Buenos Aires sin gas y tiene desencadenantes trágicos. Pero en la realidad gris, como empleado recién contratado de una librería, la chance concreta de un golpe delictivo casi perfecto germina con la misma rapidez y torpeza en su ambiciosa mente, aspecto que lo sume en un problema de mayor envergadura y por el que se ven involucrados terceros, cuando todo se precipita en un escenario donde parece estar todo bajo control.
El elemento de la fotonovela aporta la idea de la connotación o la enunciación, es decir que bajo la saludable impunidad que otorga la ficción, el divorcio entre la imagen y la verdad es bienvenido. Los rostros y cuerpos que aparecen, así como los escenarios de cada fotografía elegida por Julio y Lucas (Julián Larquier y Julián Tello, respectivamente), no responden con exactitud al hecho en que fueron capturadas. De este modo, el rostro de uno de los compañeros de Julio (Walter Jakob) representa un personaje de su fotonovela y la cola del cine hace lo propio para ilustrar una fila de víctimas de ese Buenos Aires postapocalíptico de la fotonovela.
Ese juego de capas superpuestas, que rápidamente trae el recuerdo de la genial Historias Extraordinarias, de Mariano Llinás -por citar el ejemplo más al alcance de la memoria- suma una rigurosa puesta en escena que podría relacionar, por ejemplo, la abundancia de libros en la librería, escenario recargado de referencias literarias, con esa idea originaria del barroco, pues en un film cuyo trasfondo no es otro que lo novelesco y literario, se reviste plásticamente el subrayado del mundo ficcional en la locación donde se desarrolla parte de la aventura del atraco. Sin, claro está, hacer una mención directa a la música y a la subtrama musical, que fiel al estilo lúdico que predomina en esta sugestiva ópera prima, habilitan las coordenadas de la rivalidad entre antagonista y protagonista, es decir entre Julio y el ex novio que es un organista (recordemos que el órgano y el clave fueron los instrumentos característicos del barroco musical), con quien su novia actual comparte la pasión, los ensayos y cierta admiración no oculta por su talento y popularidad en el ámbito musical.
En todo film de aventuras que se precie la presencia del villano es el recurso fundamental para darle sustento al héroe y mucho más aún si en el medio de ambos aparece un interés amoroso, o esa lucha descarnada de egos por conquistar el corazón de una damisela con características de femme fatale.
La película de Estanislao Buisel también propone un relato de fuga hacia adelante. Ahora bien, otra lectura posible y que resignifica el título surge si nos detenemos en uno de los recursos musicales del barroco, con la palabra fuga. Basta recordar que Bach es famoso por sus piezas musicales en forma de fuga, esto significa que una melodía o motivo musical es perseguido por otro u otros en una misma composición.
La fuga, tanto literal en las ansias de su protagonista, como simbólica en su juguetón vaivén entre diferentes capas o rumbos narrativos, es un elemento constante y no llegado a la trama por azar o como parte de un caos en apariencia descontrolado, obedece en realidad a un riguroso mecanismo de relojería que se arma y desarma a un ritmo veloz. Julio es un personaje que parece mostrar signos de resistencia a la autoridad o a los convencionalismos, quizá llamado a la aventura por el vuelo de su imaginación, estimulado por las lecturas literarias o simplemente como la expresión de un deseo que aún no se concreta por no estar escrito. En paralelo, Barroco es un film que busca a su autor y a su espectador; huye del estancamiento o la anquilosante trama clásica para abrazar, sin temor, lo mutable y dispuesto a quedarse en la búsqueda, consciente de que para jugar a la libertad se necesita romper las reglas.