Julio busca su propia aventura
La semana pasada se estrenó El escarabajo de oro y esta semana Barroco. Ambas son argentinas y vienen de competir en la última edición del BAFICI, aunque lo que más las une es cómo, desde diversas posiciones y con distintos escenarios, van construyendo relatos donde las reglas del género de aventuras son puestas en juego, con los protagonistas buscando, de manera casi compulsiva, esa aventura que defina sus existencias. En ambos films, desgraciadamente, la voluntad por mostrar inteligencia e incluso astucia termina siendo contraproducente.
En el caso de Barroco, es un joven llamado Julio quien busca su propia aventura: el inicio de una nueva relación amorosa y un nuevo trabajo son la excusa perfecta para hacerlo. Sin embargo, esa aventura -o esa búsqueda de la aventura- estará siempre marcada por el engaño y la mentira, aunque el film, que observa a la distancia, nunca juzga a su protagonista. Incluso se permite contagiarse un poco de la irresponsabilidad y hasta inocencia con que Julio arma toda clase de triquiñuelas, de idas y vueltas, de maquinaciones de toda clase para quedarse con unos valiosos libros que van a vender en la librería donde trabaja, mientras busca estafar a la ex pareja de su novia -un músico bastante amargo-, lo cual complica al extremo no sólo su vida amorosa y laboral, sino también su proyecto de realizar una fotonovela de tintes apocalípticos. Allí aparecen los mejores tramos de la película, que adquiere un tono juguetón y de sutil comedia que hace que la narración fluya sin problemas, con una puesta en forma simple pero eficaz, que aprovecha tanto los espacios interiores como exteriores.
Lamentablemente, Barroco, al igual que su personaje principal, porta muchas máscaras, acumula distintas clases de “ficciones” -es decir, mentiras- y esa acumulación de identidades le termina jugando en contra. Otro factor que resta al conjunto de la película es su distanciamiento: como si se autoimpusiera esa obligación, el film no termina de acercarse a Julio, no se pone a la par de él en los momentos culminantes de la intriga que plantea, lo que termina llevando a que al espectador no llegue a importarle a fondo lo que está pasando. Eso, en géneros como la aventura, el romance, la comedia o el suspenso, es fundamental, y Barroco no lo logra. De hecho, hasta cuesta definir qué quiere contar exactamente, o para qué contarlo.
Y esto último también establece un lazo entre Barroco y Julio: el film se propone demasiadas cosas, hasta peca de soberbio y las situaciones que él mismo crea lo terminan superando. No hay un propósito que lo defina, con lo que termina siendo un correcto ejercicio donde se percibe una narración inteligente pero en el fondo desapasionada. Pasión, a Barroco le termina faltando pasión por lo que cuenta.