El amigo americano
Barry Seal, sólo en América (American Made, 2017) escenifica uno de los mitos favoritos del pueblo estadounidense: el ascenso y la caída del pequeño emprendedor que encuentra un nicho en el mercado criminal, se enriquece gracias a su intrepidez, roza el “sueño americano” pero el sueño es insostenible y a la larga se rompe trágicamente.
Nadie en tiempos modernos ha capturado este espíritu de ambición, intimidad y picardía mejor que Martin Scorsese con Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990) y las más matizadas Casino (1995) y El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013). “Barry Seal” emplea muchas de las tácticas patentadas por Scorsese - principalmente la narración compinche en primera persona, un ritmo de recapitulación acelerado, la estética del exceso y un ánimo generalmente cómico.
El protagonista es Barry Seal (Tom Cruise), un piloto aburrido con su empleo en una aerolínea comercial que a fines de los 70s es empleado por la CIA para fotografiar secretamente a los “enemigos de la democracia” en Centroamérica. Engatusado con un bimotor nuevo y la promesa de mucho dinero, Seal acepta el trabajo, y con ese mismo espíritu mercenario termina trabajando para todos, contrabandeando cocaína para el Cartel de Medellín y llevando armas a los Contras en Nicaragua.
El director Doug Liman describe la película como “una mentira divertida basada en una historia verdadera”. La historia en sí es una de esas anécdotas más asombrosas que la ficción, aunque la ficción no se queda corta. Aún cuando ciertos fracasos indican lo contrario, Tom Cruise es el tipo de estrella chapada a la antigua capaz de cargarse cualquier película con el mero acto de presentarse; se ha ganado aclamación por su nuevo papel, que mucho no dista de lo que hace siempre pero lo vuelve lo suficientemente vulnerable y lo somete bajo la presión necesaria.
La comedia en sí pasa por el lado de la incredulidad, a medida que la trama va sumando apariciones sorpresivas de tal o cual figura histórica que cruza caminos con Barry, y los testaferros que Barry emplea para lavar sus riquezas se van volviendo más y más ridículos. Aunque el guión es original (de Gary Spinelli), la gracia es seguir la increíble “historia verdadera” a pie de la letra.
Más allá de Cruise en el papel titular, la película no incorpora otras actuaciones destacables; el resto de los personajes han sido escritos manera relativamente costumbrista, definidos y constreñidos por su función en la historia. Sarah Wright hace de la esposa y cable a tierra de Barry, Alejandro Edda y Mauricio Mejía se acomodan con impresiones estereotipadas de los narcos Jorge Ochoa y Pablo Escobar, Domhnall Gleeson es el infaltable canijo de la CIA y Caleb Landry Jones suma otro “white trash” a su currículo de irredimibles. La aparición de este último, errática e impredecible, reanima la película de un momento de sopor.
“Barry Seal” no hace nada nuevo con el (insólito) material que tiene a mano pero lo que hace lo logra con vuelo y estilo, y cuando copia lo hace los mejores.