El mejor país del mundo
Barry Seal cuenta la historia real un piloto que trabajó para el Cartel de Medellín y la CIA, y lo hace con un ritmo y un humor que la vuelven irresistible.
Doug Liman es de esos directores de cine a los que se suele calificar, quizás algo peyorativamente, como “artesanos”, para diferenciarlos de los que supuestamente serían “verdaderos artistas”. Digamos que en una era dominada por la concepción del director como autor (bueno, hace más de 60 años), tipos como Liman estarían un escalón por debajo de otros más personales como por ejemplo Joss Whedon, Shane Black, Edgard Wright, Matthew Vaughn o incluso su amigo Jon Favreau, por nombrar casos de directores que se manejan dentro del mainstream y los géneros populares.
Creo que para hacerle justicia a Doug Liman no hace falta decir que es lo que no es. Efectivamente, es un artesano, en el sentido de que está siempre al servicio de la narración y se vale de su enorme talento para que a los espectadores nos atraviesen las vicisitudes de sus personajes y las tramas. Da la sensación de que en sus manos, un tipo leyendo la guía telefónica podría transmitirnos tensión, euforia, humor y emoción.
Usé la palabra “artesano” y si bien no tengo muy claro cuál es su origen (me refiero a su origen como sustantivo que designa cierta clase de directores de cine), la primera vez que la escuché fue en referencia a los directores de segunda línea del Hollywood clásico: Michael Curtiz, Victor Fleming o Fred Zinnemann, por nombrar tres cuyos nombres pueden no resonar como los de Howard Hawks, John Ford u Orson Welles, pero que nos dieron películas como Casablanca, Lo que el viento se llevó y A la hora señalada, nada menos.
Y Tom Cruise es justamente una estrella de esa época, de cuando el público iba a ver “una de Bogart” o “una de Gary Cooper”. Más allá de sus virtudes como actor, que las tiene y de sobra, Cruise tiene una influencia enorme en las películas que protagoniza (cuando no es directamente el productor, como en las franquicias de Misión Imposible y Jack Reacher). Es, prácticamente, un sello de calidad. Sin contar el claro paso en falso de La momia, Tom Cruise no hizo una mala película desde, quizás, Vanilla Sky, hace 16 años.
El encuentro entre Liman y Cruise, entonces, no pudo haber sido más auspicioso para el cine mainstream. La primera película del dúo, Al filo del mañana, es una adaptación de un manga japonés que mezcla acción, ciencia ficción y cine bélico. Con ese material difícil sobre un soldado que lucha contra unos extraterrestres y tiene que vivir el mismo día una y otra vez al estilo Día de la marmota, Liman y Cruise logran el milagro de hacer una película ingeniosa, divertida y, sobre todo, verosímil.
Por eso esperaba con mucha ansiedad la segunda película del dúo. Barry Seal, solo en América va por un lado completamente distinto al de Al filo del mañana: cuenta una historia real. El protagonista es Barry Seal (Cruise), un piloto de una aerolínea que se las rebusca contrabandeando cigarros cubanos. En uno de sus viajes es abordado por Schafer (Domnhall Gleeson), un agente de la CIA, que le propone renunciar a Trans World Airlines y trabajar para ellos volando avionetas sobre países de Centroamérica para fotografiar las actividades de los grupos revolucionarios marxistas bancados por la Unión Soviética.
La propuesta económica es en un principio atractiva, y Seal acepta. En uno de sus viajes, el naciente Cartel de Medellín le propone aprovechar los vuelos para entrar cocaína a los Estados Unidos. La paga, obviamente, es mucho mayor a la de la CIA. Seal no duda demasiado: es un chanta, un busca, acepta cualquier negocio que le propongan. Así, empieza a trabajar para Pablo Escobar (Mauricio Mejía) y sus socios, además de para la CIA.
La trama va a complicarse todavía más y Liman avanza con un ritmo que no decae jamás. Con un soundtrack juguetón (está la irresistible versión de Walter Murphy de la 5ta Sinfonía de Beethoven, la de Fiebre de sábado por la noche), imágenes que se congelan para subrayar expresiones y líneas de diálogo, archivo televisivo de acontecimientos reales que influyen en la trama (Reagan es casi un personaje más) e infinidad de recursos cinematográficos, Barry Seal nos agarra y no nos suelta nunca más.
Pero lo mejor es que Liman y Cruise (y el guionista y productor ejecutivo Gary Spinelli) tienen perfectamente clara la historia general que están contando, más allá de aprovecharse de los vericuetos circunstanciales de una trama muy colorida. Barry Seal, el personaje, es un oportunista un poco irresponsable que por su ambición y poca consciencia del peligro se encuentra en el medio de los dos bandos de la Guerra Fría: la CIA, la DEA, la Casa Blanca, los sandinistas, los contras, el general Noriega, Pablo Escobar, todos quieren algo de él, y él les dice que sí a todos. Es “el tipo que cumple”, como le dice alguno.
Y aunque la película nunca se aparte del eje de “ascenso y caída” (por momentos recuerda a El lobo de Wall Street), el contexto político es importantísimo y está pintado con una acidez (algunos dirán cinismo) irresistible. Seal es un irresponsable, pero solo quiere guita. Los manejos de la CIA son tan desprolijos como los de él y los de sus némesis sudamericanas. La palabra es esa: desprolijos. La CIA, encarnada por Schafer, es más torpe que otra cosa, y el gobierno de los Estados Unidos va de la lucha contra los comunistas a la lucha contra las drogas como dando manotazos al aire. Seguramente varios historiadores hayan encontrado motivos más concretos para este giro, pero la pintura general que hace Barry Seal seguramente está más cercana a la realidad: a veces por hilar fino, nos perdemos el elefante en el bazar.
El título original es American Made (“Hecho en América”) y en varias oportunidades el protagonista dice que “América es el mejor país del mundo” (y dice “América”, obviamente, no “Estados Unidos”, para espanto de los latinoamericanistas). Y aunque lo que vemos en el fondo no es realmente muy elogioso, no solo con el gobierno sino tampoco con los ciudadanos que apenas ven plata hacen la vista gorda ante cualquier posible delito, en ese título percibo cierto cariño. América fue Reagan, fue “Just Say No”, fue armar a los Contras por izquierda, pero también es la mirada que tienen sobre eso, también son Tom Cruise y Doug Liman y esta maravillosa película.