EL SUEÑO NARCO-AMERICANO
Es difícil, luego de la sobredosis de biopics de narcos reales que nos invade desde el cine y por sobre todo, de la TV y señales de streaming, encontrar una historia que resulte atractiva o que al menos se destaque de la saturación de esta clase de contenidos. Desde aquella El patrón del mal, culebrón de los más exitosos de los que se tenga memoria y que contara el ascenso y caída de Pablo Escobar, hasta la anodina y olvidable Escobar: paraíso perdido con Benicio del Toro interpretando al mismo traficante, se nos ha bombardeado de lo lindo con este tipo de historias, convirtiéndolas en un género en sí mismo. Todo esto también se hizo posible gracias al terrible éxito de la inigualable Breaking bad, que supo construir a uno de los villanos tan queribles como lleno de matices de todos los tiempos como lo fue Walter White.
Barry Seal siempre estuvo lejos de ser un Walter White. Ni siquiera pretendió estar cerca de transformarse en un Pablo Escobar, ya que su ambición no era de la de detentar un poder centralizado sino la de forrarse de tanto dinero como pudiera y que su familia no tuviese por qué preocuparse en lo económico por varias generaciones. Pero si algo unía su destino al del protagonista de Breaking bad es en el deseo de ganarles de mano a todos, de mentir al punto de que todos lo vean como a un tipo confiable y, en virtud de eso, conservar secretos que, cayera en el lugar que fuese, le pudiesen dar inmunidad. Barry es un piloto comercial asumido como contrabandista de poca monta, hasta que un contacto de la CIA le ofrece convertirse en espía para el gobierno norteamericano en Nicaragua. Seal no sólo accede sino que aprovecha para convertirse en transportista de grandes lotes de cocaína para los dueños del cartel colombiano y a la vez en doble agente para el gobierno nicaragüense. Como es de esperarse, semejante cruce de actividades lo mete en problemas y en serio peligro de muerte.
La apuesta de la sociedad entre Liman y Cruise es acertada cuando deja la solemnidad de lado y convierte a la película en la historia de un estafador encantador y en algunos momentos, hasta envidiado. El verdadero Seal estaba muy lejos de tener el carisma de Cruise -casi calvo y tirando a obeso, con gesto adusto- y el actor no apela, como en otras ocasiones, a caracterizar con fidelidad al delincuente, sino en recrearlo utilizando su propia fisicidad y dotándolo de características que enriquecen la historia aunque uno intuye, se alejan de la realidad. La acción, el vértigo, la adrenalina de la actividad que lleva a cabo el doble agente están presentes en todo el metraje y no dejan que el relato decaiga jamás. Los momentos íntimos entre Barry y su bella esposa son intensos aunque no extensos lo cual también agiliza el relato y lo aleja del melodrama romántico. Todo esto se presenta bajo la estética de ambientación en los años ochenta a la que ya nos estamos acostumbrando en todos estos meses con la proliferación de películas y series que la eligieron como contexto, pero también se apoya en archivos históricos en video en los que se conecta todo de manera fluida, como cuando se extraen discursos de los propios Ronald y Nancy Reagan sobre el problema del narcotráfico. En ese aspecto se parece a aquel culebrón que hoy por hoy a pesar de su extensión se consume como serie, Pablo Escobar, el patrón del mal, con la que comparte no sólo ese aspecto de apoyo y referencia documentalista sino también al actor que encarnó al célebre traficante en su juventud y aquí repite el personaje, Mauricio Mejía. Con respecto al resto del elenco, destacan el siempre acertado Domhnall Gleeson como el ambiguo contacto de Seal -que parece estar siempre un paso por detrás de él cuando no siempre es así-, y cumple con discreción Sarah Wright componiendo a la esposa que parece más preocupada por evitar que su familia sea acusada de las actividades criminales de su esposo que por el tema ético y legal de la situación.
El verdadero Barry Seal no terminó bien, como es de público conocimiento, de hecho fue asesinado a los 47 años, y aparentando más edad que Cruise que tiene 8 años más aunque parezca a la inversa. No obstante la película de Liman se las ingenia para no convertir la historia en una tragedia sino en la exposición de una serie de sucesos alocados y malas tomas de decisiones que tienen consecuencias graves. Y en convertir a esa cadena en algo tan vertiginoso como divertido. Porque el delito en el cine sigue pagando y recaudando, sobre todo cuando lleva la cara de Tom Cruise y la cámara fundadora de Jason Bourne.