La leyenda de Pablo Escobar y el Cartel de Medellín es tan apasionante que hasta la historia de los traficantes de segunda línea pueden brindar grandes películas.
Hace unos años conocimos la biografía de George Jung, el delincuente pionero en introducir en Estados Unidos la droga de Escobar, en esa magnífica película que fue Blow (2001), protagonizada por Johnny Deep.
La historia de Barry Seal, que se relaciona con el mismo tema y es mucho más compleja, tiene un condimento especial.
A diferencia del caso de George Jung que fue un delincuente de poca monta que luego se convirtió en una persona de confianza de Escobar, Seal era un piloto de líneas aéreas que no tenía antecedentes penales. A los 15 años hizo historia en la aviación norteamericana al convertirse en el piloto más joven en emprender su primer vuelo solitario.
Un hombre común y corriente, padre de familia, que sin embargo sentía una profunda insatisfacción con su vida. En la búsqueda de una rutina más emocionante Seal terminó por convertirse en un importante traficante asociado con los narcos de Medellín y posteriormente mercenario de la CIA e informante de la DEA.
Una historia tan fascinante como disparatada que el director Doug Liman recrea en el cine con el mejor Tom Cruise de los últimos tiempos.
La película no es una biografía rigurosa del caso Seal y la trama incorporó diversas situaciones absurdas para hacer más atractivo el relato.
El propio Liman fue muy honesto con esta cuestión y definió su trabajo en la prensa como una "mentira divertida basada en hechos reales".
Si bien los realizadores se tomaron varias libertades, la historia de Seal es verídica y los acontecimientos más importantes se recrearon en esta película.
Uno de los grandes atractivos de esta producción es que nos permite disfrutar a Tom Cruise en un rol dramático donde tuvo la oportunidad de componer un personaje más complejo.
En los últimos años su labor se centró demasiado en los héroes de acción y este proyecto le dio la posibilidad de sobresalir por su actuación más que por su desempeño en escenas de riesgo.
Con una narración muy dinámica, que presenta el equilibrio perfecto entre el drama y la comedia, Liman construye una película atrapante donde desarrolla un retrato brutal del mundo del narcotráfico y la hipocresía de los servicios de inteligencia estadounidenses.
Algo que me gustó mucho de su labor fue el modo en que incorporó dentro la narración material documental de archivo, con el objetivo de reforzar el contexto político del caso de Barry Seal.
Un estilo muy similar a lo que hizo el director brasileño José Padilha en la serie Narcos de Netflix.
La manera en que insertó en la trama la famosa presentación de la campaña antidrogas "Just Say No", de Ronald Reagan, es una genialidad absoluta y expone muy bien la superficialidad con la que abordaba este tema el gobierno de Washington.
A la hora de trasladar estos hechos en el cine, el guión de Gary Spinelli presenta una estructura tradicional que describe el ascenso y ocaso de un delincuente en el mundo del crimen.
Desde Little Caesar (1931) con Edward G. Robinson, pasando por Scarface y más recientemente el Lobo de Wall Street, por citar algunos casos, este tipo de relatos resultan familiares en el cine norteamericano.
Sin embargo, el modo en que Liman narra la historia, sumado a un inspirado Tom Cruise, generó que el desgaste de esta temática no sea un impedimento para disfrutar el film.
Un proyecto que claramente consolida la dupla conformada por el cineasta y el actor que ya había brindado buenos resultados en Al filo del mañana.
A partir de este jueves esta propuesta es una de las mejores opciones que se encuentran disponibles en la cartelera y recomiendo que no la dejen pasar.