“Sé que algún día L. volverá. Un día, al fondo de un café, en la penumbra de un cine, en medio de un grupito de lectores reunidos para oírme, reconoceré sus ojos, los veré brillar, como las canicas negras que soñaba ganar en el patio de la escuela. Se limitará a hacer una pequeña seña con la mano, de paz o connivencia, y esgrimirá esa sonrisa de victoria con la que me destrozará”. (*)
Esta es una cita de la novela “Basada en hechos reales” de Delphine de Vigan, sobre la cual realizaron la adaptación al cine Roman Polanski y Olivier Assayas, filme dirigido por el mismo Polanski que con 84 años llega a su película número 23.
¿Alguien acecha? ¿Alguien que esperamos con deseo y temor? ¿Alguien está ausente pero volverá? Ese “otro” por quien podríamos dejarnos vencer, ese otro que es todo lo más deseado y todo lo más temido nos merodea. Estados de paranoia, deseos irrefrenables y la tortuosa sumisión frente al poder definen parte de la temática sobre la perversión en los vínculos que es una marca definitiva de Polanski. Con este filme (luego de otras experiencias más teatrales en la pantalla) retoma el sub-género del thriller y pone en jaque a dos mujeres con sus pulsiones narcisistas en tensión.
Delphine Dayrieux (casi nos suena como una homónima de la novelista original) publica su última novela. En la fila de las fans que esperan les firme su libro se presenta una mujer inesperada, casi irresistible llamada “Elle”. A partir de ese encuentro se establece un vínculo que se vuelve cada vez más íntimo, más complejo, más posesivo y particularmente más destructivo para Delphine.
Elle pasa de ser una atractiva conocida, que dice ser una ghost writer de biografías de estrellas, a una consejera personal, y luego a una amiga de esas que conocen tanto de tu vida que son capaces de decirte que debés hacer qué no, además de cómo y cuándo.
Delphine queda atrapada en los dominios de Elle y sus manipulaciones patológicas. No hay decisión de la vida de la escritora que no sea tomada por la intrusa y sus manejos. Delphine no es más dueña de sí misma, ni de sus deseos, ni de sus objetivos, Elle, tiene un poder ilimitado y su meta es, entre otras, determinar el aislamiento absoluto en que quiere tener a su presa. “Debes escribir sobre cosas basadas en hechos reales” es una frase que como una imposición Elle repite una y otra vez a lo largo de toda la dominación que construye sobre la vida de Deplhine. Juegan un juego peligroso a pura fuerza sado masoquista. ¿Cuál es el límite para ser vencedor o vencido? El éxito social o la muerte.
A lo largo de su carrera Roman Polanski se ha mostrado como un especialista en estos modelos de relación que llevan a los bordes de la pérdida de la razón, del masacrado de la integridad moral, física y emocional. Relaciones echas puramente de influencias perversas, donde la germinal motivación es corromper el estado habitual de las cosas del mundo de los otros. Sigmund Freud definía la perversión como un estado superior del goce narcisista, o sea el placer al margen de toda motivación amorosa, el placer el yo sin que el otro cuente más que como un medio absoluto.
En esta clave de perversiones y vínculos aniquilantes Polanski ha hecho filmes de niveles magistrales. Incomparable por su capacidad de inquietarnos al borde de vernos reflejados en los actos más impropios, y siendo capaz de profundizar en este estadío del yo casi disoluto como pocos lo han logrado. Algunos ejemplos radicales son: “El cuchillo bajo el agua” (1962), “Repulsión” (1965), “El bebé de Rosemary” (1968), “El inquilino” (1976), y ya con Emmanuel Seigner como protagonista al igual que en este filme (su esposa y musa inspiradora) en “Perversa luna de hiel” (1992).
“Basada en hechos reales” nos permite ver cómo este octogenario realizador de origen polaco puede construir climas de tensión progresiva, recortando el espacio y extendiendo el tiempo narrativo como sólo lo saben hacer aquellos que dominan el lenguaje, y que han hecho grandes obras dando cuenta superlativa de ello. Es un placer ver que hoy aún filma como quien escribe en un bloc de notas, con la fluidez y la precisión de un narrador excelso.
El gran impedimento de este filme está a la luz en la fallida tarea de adaptación del libro de De Vigan. La novela –que no es ninguna obra maestra- ofrece aún muchos más matices en los cambios de comportamiento de los personajes y da espacio a ver los lugares emocionales más ambiguos, difusos e inquietantes, que nos llenan de preguntas identificantes, más allá de poder aseverar con mucha certeza.
La construcción de los personajes en el filme apunta en cambio a una pintura de trazos gruesos, a reacciones muy sobre cargadas de una emocionalidad exageradamente explícita, y un desplazamiento reduccionista acerca de lo perverso y lo siniestro. La caricaturización de la locura y la extrapolación ridícula del mal se llevan a cuestas los grises que este thriller perverso podría proponer en su desarrollo dramático.
“Me da miedo volverme loca. Me da miedo y no sé si ese miedo existe. Me da miedo y no sé si ese miedo tiene nombre” (*)
La novela plantea su estructura en tres capítulos extensos para lograr la hecatombe existencial: Seducción – Depresión – Traición, nada sofisticados pero con cierta narrativa minuciosa que marca el timing del descenso de Delphine y el crecimiento del poder en Elle. En cada uno de esos estados el filme utiliza procesos simplificados para pasar de estadío a estadío, y eso va dilapidando la calidad del drama en la pantalla.
Y es que para llegar a lo más profundo del infierno es siempre necesario un moderado procedimiento hacia el Dante. Donde todo se cocina a fuego lento y se sirve en un plato bien caliente.
(*) “Basada en hechos reales” Delphine de Vigain
Por Victoria Leven
@victorialeven