La sombra del Guasón cubre el primer tercio de film casi por completo, pero cuando la manía de extrañarlo está a un-solo-planito-más de convertirse en furia, Bane la bardea en la Bolsa de Comercio y el baile se vuelve sólido, que no es lo mismo que formidable. No obstante, vale. Y disfrutamos del cierre de la trilogía sin siquiera detenernos a pensar qué clase de interés despierta la pobre Ciudad Gótica en los villanos que desean poseerla, terminar de corromperla ó directamente volarla en mil pedazos.
No es una ciudad-tentación en tanto calidad de vida ó distribución edilicia, e incluso los esfuerzos de Batman y de la policía (chocha con una Ley Harvey Dent que permitió meter en cana y sin juicio previo a una legión entera de cacos) no han mejorado demasiado las cosas. Así y todo Gótica vuelve a ser blanco de ataque preferido. El film anterior supo entregarle a Batman un villano que se tiraba por completo -y sin red- a la misión absoluta y definitiva de quebrarlo... por adentro. La ciudad y su gente eran una excusa, un elemento secundario en el plan-sin-plan de un hombre dispuesto a arrancarle las entrañas al mito. El villano actual (interpretado por Tom Hardy) quiere anarquizar Gótica y después reventar todo... y si hay tiempo quebrar a Batman. Físicamente. La misión es más grande, y al mismo tiempo, más impersonal. Sí, el Guasón también quería anarquizar la ciudad. Pero su trabajo era puerta a puerta, individuo a individuo. Bane es más groso (en tamaño) y prefiere decir su discurso una sola vez, a lo grande, preferentemente en un estadio colmado.
Una máquina de fusión en frío -energía barata y limpia, cortesía de Industrias Wayne- puede convertirse en una bomba atómica si cae en las manos equivocadas, entonces Bruce decide ponerla bajo el control de mademoiselle Cotillard, que parece la persona indicada para hacerse cargo del asunto pues transcurre gran parte del film parlando un argot científico tan aburrido que nadie (nadie) se atrevería a poner en duda ninguna de sus palabras con tal que se quede callada un ratito.
Por supuesto que todo se desmadra, por que Bane está tras la máquina con la seria intención de mutarla en bomba, científico ruso secuestrado mediante. De modo que Batman deberá abandonar el knock-out técnico en el cual quedó tras The Dark Knight y retomará las formas, cebado en gran parte por la agilidad de una ladrona de guante negro a la cual Nolan despojó (saludable cambio) del mambo ultraterreno de la muerte prematura y la transmisión por ósmosis de las cualidades de un gato para convertirla nada más ni nada menos que en la ágil Selina Kyle (Anne Hathaway), un personaje de carne y hueso despojado de magias raras que no nos hace extrañar a la Gatúbela de Tim Burton. Otro personaje que aporta lo suyo es el sargento Blake (Joseph Gordon-Levitt), un hombre de bien cuya valía resultará irreprochable con el correr de los minutos y cuya importancia quedará demostrada a escasos metros de la recta final.
El film cobra dinamismo, pues. Y se descubre como una pieza de acción sumamente contundente, brillantemente dirigida y con un final digno de su historia. Pero, aunque lo lamentemos, seguimos sintiendo superior a su predecesora.
Los relojes digitales en cuenta regresiva -ésos que anuncian muerte cuando llegan al cero y que los guionistas utilizan a mansalva para estirar y tensionar el baile- están presentes en éste film y en el anterior. En The Dark Knight, cuando el reloj corría nuestra tensión pasaba por conocer la resolución exitosa ó fallida de una oscura -pero sincera e inteligente- hipótesis sobre la conducta humana. En The Dark Knight Rises, cuando el reloj corre nuestra tensión pasa por esperar que la velocidad del encargado de desactivar la bomba sea suficiente. En ambos casos el recurso funciona. Pero sólo en uno de ellos fué estupendo.