El director Christopher Nolan redobla la apuesta con una película oscura y ambiciosa
En el cierre de su trilogía sobre Batman, el guionista y director londinense Christopher Nolan redobla las apuestas, potencia las búsquedas, amplifica todos los niveles (de narración y de lectura) que había expuesto en los dos films anteriores de 2005 y de 2008. El caballero de la noche asciende es la película más larga, oscura, ambiciosa, con mayor cantidad de personajes y subtramas, y con una mirada política más densa y desencantada (casi apocalíptica) de toda la saga y, probablemente, de todo el cine de superhéroes realizado hasta la fecha.
La propuesta de los Nolan (Christopher la escribió con su hermano Jonathan) es tentadora, sí, pero por momentos también algo confusa. Para quienes sienten que propuestas más lúdicas y ligeras como, por ejemplo, la saga de Iron Man son meros productos de consumo efímero para niños y preadolescentes, la tercera Batman del cineasta inglés, con su acumulación de referencias a la paranoia post-11 de Septiembre de 2001 y a la inestabilidad y el desequilibrio social que generó la reciente crisis financiera, puede ser una opción más provocadora y estimulante. Aunque, también, demasiado grave, presuntuosa y solemne para ciertos espectadores menos exigentes.
Precisamente, el análisis ideológico del entramado que proponen los Nolan es el terreno que seguramente más controversias generará. Aquí, el malvado Bane (gran trabajo de Tom Hardy) es una suerte de profeta del apocalipsis, un hombre antisistema con algo de anarquista, capaz de castigar la especulación y la codicia de los agentes bursátiles de Wall Street, pero también de generar el caos entre los inocentes cual asesino serial.
Los guionistas trabajan personajes siempre contradictorios (hasta ese millonario huérfano que es el Bruce Wayne de Christian Bale resulta un ermitaño que odia el contacto social, pero termina salvando a la sociedad) y esa indefinición respecto de la psicología de los personajes "buenos" y "malos", esa imprevisibilidad respecto de sus acciones y sus discursos, constituyen a la vez el mayor atractivo y la principal "irresponsabilidad" de los autores.
Se ha hablado de la saga de Batman como "reaccionaria", "revolucionaria", "posmoderna" o "pesimista". Los adjetivos pueden ser muchos y hasta opuestos entre sí -¿(in)trascendente?- porque Nolan jamás ofrece una visión cerrada o una interpretación única. De lo que no hay dudas es de su maestría narrativa. Se la puede apreciar en los grandes momentos cinematográficos (el secuestro de un avión en pleno vuelo, la toma panorámica de Manhattan sembrada de explosiones y con todos sus puentes dinamitados, la secuencia de la destrucción de un estadio en pleno partido de fútbol americano), pero también a la hora de sostener casi tres horas de relato con múltiples personajes (algunos nuevos, como Bane o la seductora ladrona Selina Kyle/Gatúbela que interpreta Anne Hathaway; otros ya vistos antes que logran lucirse en pocas apariciones, como el Alfred de Michael Caine o el Gordon de Gary Oldman), largos diálogos y elementos que van de lo cómico a lo melodramático.
No estamos ante ninguna obra maestra (no está exenta de cabos sueltos, de incoherencias y de excesos), pero es una película para disfrutar, para pensar y para discutir. El director buscó la polémica con muchas herramientas nobles, con no poco talento artístico y con algunos elementos bastante rebuscados y caprichosos. Pero hoy todos hablan de él y de su despedida de Batman. Nolan lo hizo...de nuevo.