Personajes ajenos, mundo propio
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada.”
Historia de dos ciudades – Charles Dickens
Acaso a Christopher Nolan nunca le haya interesado del todo hacer una película -mucho menos una saga- sobre Batman. Acaso, sólo le parecía un “medio” apropiado para negociar cinematográficamente sus ideas sobre el valor, el heroísmo, el miedo, la locura, la obsesión, la muerte y “la sociedad en que vivimos”. Batman sería el hilo conductor para esa serie de ideas. Pero más que Batman, lo que lo moviliza es Bruce Wayne, un alma torturada y confundida, un tipo solitario y distante que se vuelve héroe enmascarado de historieta sólo para que Nolan, en el rol de investigador de la mente humana y sus vericuetos, pueda entregar tramas hipercomplicadas que, aun pareciendo “realistas”, no son otra cosa que extravagantes proyecciones mentales de sus protagonistas. O suyas.
El Caballero de la Noche asciende cierra la trilogía retomando temas, ideas y personajes de la oscura primera película y combinándolos con la energía e intensidad de la segunda, como si se tratara de un combo y/o un “grandes éxitos” de ambas. Hay un villano inmanejable que pone en vilo a Ciudad Gótica, hay una película política y polémica y hay, sobre todo, un psicodrama personal/familiar que se pone en juego cuando Bane, el malvado en cuestión, no tiene mejor idea que hacer volar por los aires todo lo conocido y Wayne debe retomar su propia y abandonada historia de cruzado enmascarado.
La trama es imposible de resumir, pero digamos brevemente que luego de ocho años de ausencia -en los que abandonó la vida pública y dejó que Harvey Dent se convirtiera en un héroe mitológico para los ciudadanos, aun sabiendo que ese mito se basaba en una mentira-, Bruce se ve obligado a volver a la acción a partir de la aparición de esa especie de fuerza de la naturaleza que es Bane (Tom Hardy, a quien le pusieron voz de megáfono luego de las críticas que recibió Nolan cuando mostró escenas en las que no se le entendía casi nada), un hombre que parece ser la “mano dura” de un operativo por controlar la economía de la ciudad, empezando por las propias Wayne Enterprises. Y, por otro lado, seducido e intrigado por la escurridiza Selina Kyle (Anne Hathaway, lo más parecido a algo luminoso que tiene esta negrísima película), una ladrona de joyas que busca limpiar su pasado y está dispuesta a cualquier traición para lograrlo.
Wayne volverá a calzarse la ropa de murciélago humano y tendrá un nuevo chiche mecánico con el que recorrer, ahora por los aires, Ciudad Gótica, gracias a su siempre fiel Lucius Fox (Morgan Freeman). Habrá nuevos personajes, como el joven e idealista policía John Blake que encarna Joseph Gordon-Levitt con el aplomo que le da ser un veterano actor con más de 20 años de experiencia (y tiene 31), y la francesa Marion Cotillard, que interpreta a otra billonaria que será clave en el desarrollo de la trama. Y regresa el Comisionado Gordon (ya escribirlo da placer), a quien Gary Oldman convierte en la voz de la razón y la cordura de la saga. Pero si hay alguien con el que verdaderamente Wayne se relaciona -y donde late el corazón de esta película intensa y brutal, apasionante y frustrante a la vez- es con Alfred, su mayordomo de toda la vida, que, con un par de apariciones, Michael Caine transforma en el alma humana de la trilogía, otorgándole la emoción que el resto de la cerebral trama no tiene.
Es que Christopher Nolan es un cineasta para el que todo es igual de importante. Digamos: cada vuelta de tuerca de la trama y cada traba psicológica de cada personaje tiene que tener su desarrollo y exploración. Eso lo distingue claramente de la mayoría de los realizadores de películas de superhéroes o de films de acción, que se contentan con plantear conflictos sencillos y luego se entregan a ese largo solo de batería que suelen ser los 45 minutos finales de destrucción masiva. Nolan no. Su ritmo y su compromiso es diferente, y eso -en este tipo de películas- se agradece. No teme mezclar una enorme escena violenta (explosiones, peleas, etc.) con 20 minutos de Wayne encerrado en una prisión/cueva; no impone prioridades entre una persecución furiosa por la ciudad y una conversación entre, digamos, Blake y el encargado de un orfanato.
Nolan transmite todo el tiempo la sensación de que se le van años de planificación en cada escena. Y eso, que le juega en contra en películas más adultas como El origen (atrapadas en un vendaval de información narrativa tan ampulosa y sobrecargada como las imágenes), en este tipo de films funciona para darle un tono “realista”, serio, ensimismado. Hasta profundo, quizás demasiado...
Si pongo “realista” entre comillas, es porque hablar de realismo en una película de superhéroes (ya sé, Batman no es un superhéroe estrictamente, pero eso no viene al caso ahora) siempre es una trampa. Lo que hace Nolan es disimular, casi todo el tiempo, que es una película sobre un tipo con una máscara y una capa peleándose con otro con un bozal en la cara. Christian Bale es mucho más Wayne que Batman (¿cuánto tiempo real de pantalla tiene disfrazado?) y Selina es más una mujer seductora con una malla negra de baile que un personaje de comic.
La trama mezcla cuestiones “políticas” serias (Bane toma el poder en Ciudad Gótica y hay una especie de confusa rebelión ¿anarquista? que nunca se entiende bien cómo funciona, mezcla de la Toma de la Bastilla con Occupy Wall Street) con otras propias de una película de espías de los ’60 (desactivar ojivas nucleares contra reloj, ese tipo de cosas) y Nolan logra navegar bastante bien entre esos universos. O, al menos, te lleva puesto con su marchosa convicción al punto de que sólo después se notan los baches y grietas del asunto.
El tipo no es del todo clásico (sus tramas, su forma de editar y su puesta en escena son demasiado personales como para serlo) ni tampoco se ha subido a los distintos formatos de la modernidad: no hay ironía ni pastiche ni “referencias pop” ni frenesí clipero. Tiene una voz propia que es innegable, tan innegable como el hecho de que le gusta escuchársela de una y mil maneras distintas. Y que la escuches vos también. Aquí, te convence (acaso por cansancio).
Mucho se ha hablado acerca de las cuestiones políticas que la película pone en juego. Son, sí, evidentes y en primer plano, pero hay mucho cuidado por parte de los Nolan (Chris y su hermano Jonathan, coguionista) en no enredarse demasiado ni en tomar claro partido por nada ni nadie. Por cada buen policía hay uno corrupto, por cada millonario altruista hay uno cínico y ambicioso, por cada revolucionario con causa hay otro que sólo busca el caos por el caos mismo. Y así. Cada “análisis político” se sostiene y se contradice a la vez. Un policía tira la placa pero es a la vez el más honesto de todos. Y el ladrón puede ser más leal que el filántropo. Y en los “bajos fondos” (ese lado oscuro del sueño americano en este caso es literal) viven los marginados y oprimidos, pero también los asesinos y criminales. Lo que plantea Nolan es un escenario post 11/9 de tiempos confusos, en los que el Bien y el Mal no se dividen con claridad meridiana. Como Una historia de dos ciudades, una de las fuentes de inspiración de la trama.
Con su espectacularidad y virulencia, El Caballero de la Noche asciende es una película atrapante como pocas en su género. Pero también es cierto que la falta de un villano desbocado y anárquico como el Guasón -tal como fue interpretado por Heath Ledger- le quita esa sensación de imprevisibilidad que tenía la anterior película, y la hace más mecánica y robótica, se le notan más los hilos. Las acotaciones de orden, digamos, psicológico (hay una especialmente interesante asociada al miedo y a la pulsión de muerte) suelen estar en boca de los personajes más insospechados, como si en el mundo de Nolan la “universidad de la calle” fuera una expresión literal, lo cual genera una rara combinación de supuesta erudición y brutalidad que se repite, de diversas maneras, a lo largo de toda la serie. Bah, de toda la carrera de Nolan.
Batman, Bane, Alfred, Gordon, Gatúbela -la estructura molecular de la historieta de superhéroes como género- son los pilares sólidos y casi centenarios que permiten que Nolan no se desboque ni termine mirándose su propio ombligo como llegó a hacerlo cuando le tocó crear un mundo propio en El origen. Es un mundo que ya está creado y, sin necesidad de explicar cómo funciona, el hombre ofrece su interpretación personal. Es una serie de variaciones sobre una composición clásica que Nolan toca con la convicción y la potencia necesarias como para hacernos creer, al menos durante 165 minutos, que no la hemos escuchado cientos de veces antes.