La risa
Batman está en la terraza de un edifico hablando con Gatúbela, se da vuelta y cuando gira de nuevo, ella no está, y él dice algo así como: “bueno, entonces así es como se siente”. Ese es el único momento de Batman: El caballero de la noche asciende en que Batman se ríe de sí mismo, y la película lo hace a la par suyo, no solo del personaje y de su costumbre de desaparecer misteriosamente en medio de una conversación, sino de ella misma y de las anteriores, en las que el protagonista hace eso más de una vez. O sea, la película se señala a sí misma como tal y nos invita a reírnos a la par suyo en un gesto de complicidad y ligereza que no habrán de repetirse. El resto del tiempo, esta última Batman es pura pesadez; la solemnidad de los diálogos pesa, también los primerísimos primeros planos (algunas caras como las de Morgan Freeman y Michael Caine parece rocosas, duras), las sobreexplicaciones del guión (Nolan hizo una secuela de Batman que depende tanto o más de las explicaciones que El origen, su bodoque anterior), hasta el protagonista y el villano Bane aparecen como dos criaturas clavadas al piso que, cuando pelean, lo hacen de manera lenta y sin demasiadas sutilezas coreográficas (revoleo de piñas y patadas, básicamente). Se dirá que esa lentitud y brutalidad en el combate es parte de la búsqueda de realismo de la película, y que por eso algunas peleas están mostradas sin música extradiegética; sí, y en un principio pudo haber sido una buena decisión formal, pero las peleas cuerpo a cuerpo entre Batman y Bane están punteadas por unos molestos parlamentos que interrumpen la acción en pos de ilustrar lo que sucede: uno supera al otro, el otro tiene miedo, se sabe derrotado de antemano, etc. Si había algo de realismo y de tensión en esas peleas, Nolan lo arruina cuando opta por privilegiar el tono trágico del relato antes que la dinámica interna de la escena, los personajes detienen el combate para tirarse con líneas pomposas que son de lo más anticlimáticas.
Además, el realismo tan elogiado de la película anterior (que sí, estaba bastante bien), en esta aparece minado no solo desde los diálogos sobrecargados y la proliferación de metáforas irritantes que refieren al espíritu, la vida y al muerte o el sacrificio, sino también por licencias que Nolan se toma y que son de lo peor que se puede ver y escuchar. Si algunas escenas de acción parecen querer instalarse en el terreno del realismo por su reticencia evidente a usar música (el silencio se escucha muchísimo, como para que no se nos escape que lo que hay allí es algo crudo, áspero), son automáticamente neutralizadas por todos los subrayados musicales que vienen a indicar la gravedad de la situación de los personajes y de Ciudad Gótica. El momento más bochornoso es el del estadio, cuando se escucha el himno estadounidense cantado por un nene y se muestra paralelamente la toma del lugar que llevan adelante Bane y sus secuaces: el contraste es de una grosería como no se vio en mucho tiempo, la imagen y la banda sonora piden a gritos que se entienda el sentido de la escena que, uno supone, viene a ser reforzado todavía más por las banderitas de Estados Unidos (no serán las únicas que se vean, de todas formas).
No recuerdo si había banderas norteamericanas en Batman: El caballero de la noche, pero sí que aquella Ciudad Gótica no pedía ser leída en clave de reemplazo como en la última, donde la urbe es un símbolo que resume y quiere significar a Estados Unidos y en el que el paisaje se parece demasiado al de New York. Ese parecido es algo a tener en cuenta, porque si las películas anteriores, incluso las de Burton, se ubicaban en una geografía imaginaria que mantenía lazos débiles y lejanos con el mundo real, esta última viene a conectar fuertemente con un lugar (New York en particular y Estados Unidos en general) y con un sentir de época: probablemente en un escenario con reminiscencias neoyorquinas se desplieguen mejor los miedos del presente planetario y occidental que Nolan quiere explotar, siempre de la manera más miserable y obvia posible. Después de todo, Batman: El caballero de la noche asciende es cine sobre temas y sobre temas importantes, graves, que se declaman a viva voz y con líneas pomposas, rebuscadas, así que es por lo menos esperable que el director busque el modo más efectivo de transmitirlos, es decir, que incapaz de poder contar una historia con buenos recursos, con un pulso visual firme e imprimiendo el interés a través de la imagen y no solo mediante diálogos aburridos y primeros planos reiterativos, es por lo menos comprensible que Nolan trate de inyectarle algo de vitalidad a su relato realizando ese enroque que consiste en trocar Ciudad Gótica por "mundo actual".
Al menos le quedaba la posibilidad de producir un poco de emoción pulsando las cuerdas de una cierta sensibilidad colectiva del presente, pero ni eso: el guión aprovecha torpemente las referencias a la actualidad y el resultado es un mamotreto que apela a los subrayados y la grandilocuencia. Debajo de eso solo hay una película que no tiene prácticamente nada para decir pero que decide hacerlo a los gritos y con aspiraciones de trascendencia, poniendo cara de seria y sin reírse, como si con eso pudiera disfrazar su propia insignificancia.