Batman desciende
¿Qué hace que un producto banal e ideológicamente equívoco sea recibido y considerado por muchos como una obra sofisticada y moderna?
Tal vez la explicación haya que encontrarla en la fama que el director Christopher Nolan (1970, Londres, Inglaterra) logró ganarse como autor de productos supuestamente complejos, como El origen o las elegantes pero sobrevaloradas predecesoras de esta trilogía, Batman inicia (2005) y Batman – El caballero de la noche (2008), arrastrando tras de sí a legiones de jóvenes (y no tanto) que lo suponen un artista. Sumado a esto el magnetismo que mantiene Batman como personaje y la indiscutible fuerza de la publicidad con la que se acompaña su lanzamiento, Batman – el caballero de la noche asciende arremete con una máscara que oculta su verdadera identidad.
La promesa era ver a Batman saliendo de su retiro, poniendo de nuevo en juego sus artilugios para que triunfe la justicia en Ciudad Gótica, como –según aseguran los entendidos– ocurre en el comic original. Pero el resultado es un film escaso en ideas de puesta en escena y excedido en palabras, cuya música omnipresente intenta todo el tiempo tensar situaciones desvaídas. Las tomas aéreas de la ciudad entre charla y charla, similares a las que suelen verse en cualquier serie televisiva, se alternan con explosiones, disparos y patadas registradas sin originalidad alguna, haciendo extrañar las acrobacias de, por ejemplo, un John Woo. Hasta la escena de amor junto a una chimenea con una billonaria aparentemente bienintencionada (Marion Cotillard) parece digna de alguna telenovela mediocre.
Tampoco aparecen la excentricidad y la simpatía que caracterizan a la galería de freaks que siempre rodearon al super héroe: al Batman ceceoso de Cristian Bale le falta magia, Alfred (Michael Caine) se muestra algo reblandecido, y Bane (Tom Hardy) es un alienado sin gracia con voz de ultratumba. Está claro que, si hablamos de adaptaciones de Batman al cine, no habrá malvados que superen a la Gatúbela de Michelle Pfeiffer y al Guasón de Heath Ledger, pero para una película de casi tres horas de duración la carencia de personajes divertidos es fatal. Sólo las intervenciones de Anne Hathaway diciendo algunas frases irónicas aportan algo de simpatía.
Las secuencias del secuestro de un avión en pleno vuelo y del estallido de explosivos en distintos puntos de la ciudad están indudablemente bien resueltas, pero no sorprenden. Probablemente el final, al ahorrar palabras y crear expectativas sobre el rumbo de los personajes, despierta más interés que casi todo el resto.
La ferocidad de la operación promocional de la Warner Bros y la ceguera de algunos fans, sin embargo, reprimen con dureza las objeciones que pueden hacérsele. “La última de Batman tiene que ser una buena película”, se autoconvencen, y les ofende más que alguien diga lo contrario que la apología de ciertos valores cuestionables que propone el film.
Porque en Batman – El caballero de la noche asciende (el producto está inflado hasta en su título) hay, además, otro punto discutible: su discurso político, ambiguo en el mejor de los casos. Los personajes que cuestionan a los ricos y a los dirigentes políticos son terroristas y ladrones, y cuando se desata una suerte de anarquía en la ciudad, los ciudadanos se comportan como ovejas de un rebaño y quienes quedan del lado de los sensatos son policías, un cura protector de niños huérfanos… y Batman, por supuesto. Los motivos por los que Bane desprecia la vida ajena se remontan a lo que sufrió siendo niño en parajes bastante parecidos a los de países considerados enemigos por los estadounidenses en la actualidad. Y su principal ataque se produce en un estadio en el que un chico canta el himno estadounidense como un ángel encarnando la paz en la Tierra.
Mientras estas situaciones dejan entrever un nacionalismo y una división entre bandos de tintes agresivos, la violencia se expande más allá de la pantalla, confundiendo realidad y ficción, muerte y espectáculo. En fotos en los diarios puede vérselo a Cristian Bale saludando a los heridos de la masacre desatada por el estudiante James Holmes en el estreno en una sala en Denver, como si fuera el mismo Batman socorriendo a los habitantes de Ciudad Gótica, así como tres años atrás la muerte de Heath Ledger no impidió que su figura formara parte de la glamorosa ceremonia de los Oscar, importando poco que una persona triste se ocultaba tras el disfraz del risueño Guasón. Una suerte de círculo vicioso retroalimenta el morbo, desvelándose por dejar a salvo el show antes que la vida.