BATMAN VS SUPERMAN llega demasiado tarde en un ciclo de películas de superhéroes que ya parece, definitivamente, haber dado la vuelta y empezar su carrera descendente. No hay más que mirar el éxito de DEADPOOL, que funciona la mayor parte del tiempo porque parodia lo que ya son clichés del género en su versión cinematográfica, para darse cuenta. Es complicado, pocos meses después, volver a una película de superhéroes que se toma tan seriamente a sí misma, que se propone como una oscura meditación no solo sobre la justicia y la democracia –repetidos tropos del subgénero– sino sobre los Dioses y los Mitos, así, con mayúsculas, como todo lo que toca Zack Snyder.
Se trata de una película pomposa e imponente, que se anuncia de entrada como Algo Importante. Al ser un filme cuyos villanos son personajes más bien secundarios, el asunto pasa por ponerle a cada uno de sus enfrentados héroes (cada vez más “antihéroes”, tal como piden las modas) un eje temático que permita identificarse con uno u otro. Aquí está planteado de entrada así. Es Batman el que está furioso con Superman tras la destrucción y muerte que dejó en Metrópolis al final de EL HOMBRE DE ACERO, pero en realidad la bronca parece ser más personal. Por un lado, porque a Superman lo endiosan y adoran y a él, no. Y, por otro, porque tiene más poderes que él, lo que equivale –en una competencia entre egos masculinos– a, bueno, ya saben a qué…
En medio de ese enfrentamiento está Lex Luthor (Jesse Eisenberg), que busca poseer y controlar la kryptonita que detenga al extraterrestre en cuestión, mientras que una senadora (Holly Hunter) también lo acusa por hacer justicia por mano propia cuando salva a su chica, Lois Lane (Amy Adams), de una complicada situación en Africa. Cuestionado por varios lados, Clark Kent/Superman no parece saber muy bien qué hacer, hasta que un atentado ordena un poco sus prioridades al menos por un rato. Pero en medio de un guión que va de un lado para el otro como tironeado por fuerzas misteriosas –o por un editor mareado–, pronto caerá en otra trampa, la que lo obligará a enfrentarse a un “caballero de la noche” que ya parece estar un poco harto de lidiar con la mugre de Gotham (ya no es más Ciudad Gótica, lo siento) y ya no tiene ni fuerzas para conquistar a una misteriosa chica (Gal Gadot) que se entromete en su investigación por motivos que ya verán.
El enfrentamiento entre ambos no es el esperable por generaciones de niños y adolescentes que discutían sobre quién ganaría una eventual batalla, ni el Gran Momento Gran de la película. Si bien se produce y está competentemente filmado, en el fondo no es más que una excusa para justificar el título del filme. Es obvio que el objetivo final será otro y que todo el tortuoso procedimiento de idas y vueltas no es más que una larga presentación de personajes –con Mujer Maravilla incluída– para llegar a la película de LA LIGA DE LA JUSTICIA que se viene en breve.
A favor del filme se puede decir que, al tener menos personajes y complicaciones narrativas que la mayoría de las películas de superhéroes interconectadas de Marvel, es más simple y contundente en su planteo (no hace falta un manual de ayuda aquí). El problema es que la falta de un eje clásico la transforma en una película sin centro real, que va y viene de manera episódica por distintos “momentos en la complicada vida” de Batman y Superman. Y esa falta es cubierta por una serie de pomposas discusiones sobre la Humanidad que no hacen más que girar sobre sí mismas. Más allá de que Snyder filma todo como si fuera una gran opera –o una tragedia griega con tipos que usan capas–, la psicología de manual de los personajes no está a la altura de tamaña grandilocuencia.
Es que a la hora de darle un peso dramático a la película que esté en consonancia con su solemnidad audiovisual los que fallan también son los actores. Henry Cavill tiene un look más apropiado para el Superman heroico de los ’80 que para éste, un tanto más perturbado emocionalmente. Y Affleck, por más esfuerzo que haga, no logra transmitir más que vacío en su mirada: sus ojos parecen estar fijos algún punto perdido en el espacio en el que, uno imagina, debe estar el catering, esperándolo. Y ni hablar de Eisenberg, que parece un niño perdido en una película enorme, gesticulando a diestra y siniestra para hacerse notar sin lograrlo. Nunca resulta una amenaza creíble para nadie.
La película, de todos modos, no es el papelón que algunos anuncian (no es LOS CUATRO FANTASTICOS, no teman) ni es peor que la mayoría de las películas que el subgénero ha dado en los últimos años. Es por eso –y por la bombástica campaña publicitaria global– que es esperable que resulte comercialmente exitosa y que la saga de DC Comics empiece a tomar la misma e interconectada forma (fórmula) que tienen las de su rival, la hoy en apariencia omnipotente Marvel. Eso sí, dentro de unos años se verá si la jugada maestra resultó o si la compañía llegó demasiado tarde a la fiesta, cuando ya quedaban solo unas papitas rancias, Coca-Cola sin gas y el disfraz de superhéroe tirado en un sillón…