Línea Pepsi
Batman vs Superman es una película vetusta que pone dificultosamente en marcha el universo cinematográfico de DC, rival de Marvel.
A partir de cierto momento -puede que a los treinta o a los sesenta minutos- Batman vs Superman: El origen de la justicia deja de tener arreglo y nos entregamos a recibir a cuentagotas algunos momentos ingeniosos, algunas imágenes valiosas. Durante esa marejada de tomas y escenas ya inconexas, hay una: Superman (Henry Cavill, más que de acero, de madera) arrastra algo gigante, creo que era la nave espacial en la que vino a la Tierra pero puede que fuera otra cosa, con una cadena. Esa mole de acero extraterrestre inconcebiblemente grande y perceptiblemente pesada avanza milimétricamente y Superman tensa sus músculos y hace muecas de esfuerzo superhumano.
Como cuando un terapeuta te pesca en un fallido y te hace notar lo que verdaderamente sentís mientras hablás de algo aparentemente intrascendente, esa escena me activó la sinapsis embotada y recién ahí pude ver lo que estaba viendo: una película gigante y pesada que avanzaba lentamente y con dificultad, arrastrada por un boludo, inútilmente. Eso es, a grandes rasgos, Batman vs Superman.
Respecto del subgénero de películas de superhéroes -¿es un subgénero o un género? Si es un subgénero, ¿cuál es su género madre? ¿La acción, la ciencia ficción?- podría a esta altura escribirse todo un libro, pero probablemente sería aburridísimo. (Seguro se han escrito, me niego a chequear esto.) Kevin Feige de Marvel encontró la fórmula de la Coca Cola y crió una generación de obsesos con problemas de diabetes. Y recién ahora que Feige está tratando de cambiar la fórmula para seguir vendiendo, viene DC -su rival- y saca la línea Pepsi.
Marvel y DC son los Ford y Chevrolet de los cómics, los Oasis y Blur, los batata y membrillo. Después de que DC puso en el radar del “cine serio” (pongamos doble, triple comilla) a los superhéroes dándole Batman a Christopher Nolan, Marvel empezó a tramar cual científico villano un plan para conquistar el mundo. El Marvel Cinematic Universe ya no se proponía darle un personaje a un creador para que le pusiera su impronta (como sucedió con Nolan, Tim Burton y -ni olvido ni perdón- Joel Schumacher) sino que inventó una serie de películas interrelacionadas, con easter eggs desperdigados, todas demasiado parecidas entre sí pero que funcionaban en gran parte por la prolijidad, por el plan a largo plazo, por la cantidad de estrellas simpáticas entregadas a ese juego tonto y liviano (Robert Downey Jr. a la cabeza) y por el capital simbólico de los cómics atrás.
El Marvel Cinematic Universe está tratando de mantenerse a flote, pese a su irritante uniformidad y reiteración, gracias a algunas pinceladas de humor y a dejar de tomarse en serio. Un poco eso fue Guardianes de la galaxia. Y este año también apareció Deadpool, película que si bien está basada en un personaje de Marvel le pertenece a Fox y a la franquicia de los X-Men y es la primera película de superhéroes totalmente autoconsciente y paródica. ¿Hacia dónde puede ir el género de superhéroes después de una película como Deadpool si no es hacia la muerte o, al menos, la hibernación durante largo tiempo?
Pero recién ahora DC está intentando emular a su rival con un universo extendido de películas con personajes que se repiten. Batman vs Superman es la segunda, que le sigue a la muy mala El hombre de acero y que sienta las bases para lo que vendrá: Suicide Squad, Wonder Woman, Justice League, The Flash, Aquaman y más. En resumen, DC está intentando marvelearla justo cuando Marvel está tratando de cambiar, y para colmo lo hace sin copiar lo mejor: el humor, la liviandad, el colorido y las estrellas simpáticas.
Acá no hay nada de lo bueno de Marvel y para colmo todo parece un poco a destiempo, una película que nació vieja, vetusta y herrumbrosa, como esa cosa que no me acuerdo qué es que arrastra Superman con una cadena. Cavill es de madera, el Batman de Ben Affleck parece una estatua de La Ñata y el Lex Luthor del esforzado Jesse Eisenberg es irritante. El problema, en un punto, lo dejó al descubierto los títulos de Deadpool: se nota demasiado la formulita, se nota que Eisenberg es “el villano loco”, que Amy Adams es “la chica”, y todo es moroso, sin ingenio, como para cumplir, pero para colmo con un ropaje de épica al que contribuye la música bigger than life de Hans Zimmer.
Es imposible ver Batman vs Superman con virginidad inocente porque las redes sociales arden con fanboys y fangirls que debaten hasta el hartazgo cada pieza de información que los ejecutivos de las compañías arrojan como maíz a las gallinas. La pegada de Marvel transformó a DC en la hermana sin talento, en la Nati Pastorutti, en la Javier Calamaro de las franquicias cinematográficas de cómics. DC es la que todos aman odiar, es la que recibe las cachetadas, como el Nino de Santiago Segura en Muertos de risa. Y Marvel es el Bruno de El Gran Wyoming, el que gana siempre y humilla al compañero. Pero los dos, Bruno y Nino, Marvel y DC, son las caras de una misma moneda. Se necesitan mutuamente y al fin y al cabo no son más que un dúo de bufones que transpiran la camiseta para que las muchedumbres se entretengan y los enriquezcan antes de que, inevitablemente, sean olvidados.