Dale que se pasa el tren
Batman vs. Superman: El origen de la Justicia era una película que desde su origen venía con una dificultad autoimpuesta. En el mundo de los cómics de superhéroes siempre hubo dos gigantes, dos empresas que acaparaban el mercado con sus grupos propios de héroes con calzas: Marvel y DC. Y aunque DC tuvo los primeros éxitos comerciales en el cine, siempre fueron con cada héroe por su lado y Marvel fue la que eventualmente logró imponer la lógica del cómic en el séptimo arte. Esto es: films individuales en un universo compartido que podían mezclar y reconfigurar sus figuras en diversas entregas. El origen de la Justicia es la película con la que DC intenta comenzar a emular el éxito de su competidora en cines. Para lograrlo, hacen todo exactamente al revés. Spoiler: les sale mal.
Marvel tardó años en configurar su universo fílmico, ladrillo a ladrillo, desde la introducción de Nick Fury al final de Iron Man (2008), hasta la unión definitiva de sus encapuchados en Los vengadores (2012). DC intenta fundar su mitología en una sola película, únicamente Superman habiendo sido presentado antes en El hombre de acero (2013). Un error enorme que se veía venir desde el anuncio mismo. El origen de la Justicia se siente menos como una película y más como un largo trailer de las próximas franquicias. Cuando no está Batman teniendo sueños en posibles futuros apocalípticos, está Chris Pine promoviendo otra película desde una foto vieja o Flash alertando sobre futuras amenazas mientras todavía ni se terminó de lidiar con la primera. Tal es el poco interés por la película en sí misma que su antagonista final, Doomsday, es una silueta gris apenas explicada a la que los tipos pueden pegarle un rato. Este desenfreno por imponerle a un film la obligación de fundar los cimientos para una decena más era una tarea casi imposible incluso para un gran director. Imaginate para el incompetente de Snyder.
El apuro por levantar todo el kiosco en una tarde afecta enormemente al guion, que se habría beneficiado de varias revisiones. La cantidad de agujeros en la trama es abrumadora. Prácticamente no hay una escena sin al menos un diálogo incoherente, como cuando Clark Kent, uno de los periodistas más importantes de Metropolis, pregunta quién es Bruce Wayne, uno de los millonarios más famosos de la ciudad (ni siquiera del país). Uno se pasa la película haciéndose estas preguntas. ¿Por qué los policías del comienzo casi cagan a tiros a Batman y lo consideran un mito cuando luego se explica que la policía lo ayuda y hasta tiene batiseñal? ¿Por qué culpan a Superman de una masacre en el desierto cuando solo mató a un tipo y el resto fue asesinado a balazos por mercenarios? ¿Por qué la lanza convierte en inútil a Superman, pero después puede volar con la misma en sus manos? ¿Y por qué carajo no la tira? Podría seguir todo el día. La cantidad de papelones en la subtrama periodística podría ser un texto aparte. Todo el film tiene este nivel de descuido, de producción a las apuradas sin tiempo de reconsiderar. Al final, Superman y Clark Kent son enterrados. Cómo supieron que ambos estában muertos, cuando solo puede haber un único cadáver, se los dejo para descifrar a ustedes.
Pero la impaciencia no es el único error de El origen de la Justicia. Nuevamente en dirección contraria a la ruta de Marvel, y basándose en el éxito del Batman de Nolan (que acá es productor), Snyder apuesta al enfoque gris y serio, supuestamente realista. Esto funcionaba para Nolan (a mi parecer, solo en la segunda) porque hacía de Batman un mundo de psicópatas y no de superhéroes. Los superhéroes son, después de todo, tipos que se visten de colores y salen a solucionar sus problemas a las trompadas. Es imposible no tomarlo como un juego. Pero Snyder no entiende a los superhéroes, y en lugar de permitirse jugar, los tiñe con el aire de importancia que lo caracteriza. La victima final es el verosímil, ya que la inserción de estos personajes en un ambiente realista lo hace pedazos. Cuando se entiende que es parte de un juego, que el tipo más notorio de su época pueda pasar desapercibido con solo ponerse lentes y peinarse distinto es aceptable. Pero cuando se lo toma demasiado en serio pasa a ser simplemente ridículo.
Snyder falla en comprender el valor simbólico natural de los superhéroes, y decide poner todo en palabras. El aspecto lúdico es reemplazado por el didáctico, sus superhéroes prefieren el discurso a las aventuras, y dedican la mitad de su tiempo a pronunciarse gravemente sobre la condición humana, la existencia de Dios y otros clichés. Tomen de ejemplo la secuencia de Superman “ayudando”, donde se ve al superhéroe en plena acción sin ritmo ni adrenalina, sino con pura solemnidad y cámara lenta. Superman es un niño triste, oscuro, traumado, siempre con cara de paspado. Luthor es inexplicable, más cerca de un Guasón en versión Mark Zuckerberg cuya motivación cambia de escena en escena y jamás se le entienden dos diálogos al hilo. Y hablando de diálogos, Batman vs. Superman utiliza el más estúpido en décadas cuando la pelea entre los personajes titulares finaliza porque se dan cuenta… que las madres de ambos se llamaban igual. Listo. Esa es la resolución del conflicto que fue creciendo durante una hora y media de metraje. No es que se den cuenta que ambos están siendo manipulados, no. Es porque las dos mamás se llamaban Martha. Más adelante hay secuencias de acción, pero uno ya sospecha que en parte Snyder las evita porque no sabe filmarlas. La persecución del Batimovil, que de paso tampoco tiene sentido porque ya les había puesto un rastreador, es imposible de seguir con claridad. Todo es oscuro, siempre. La batalla final contra Doomsday, en un paisaje con menos atractivo visual que un escenario del primer Mortal Kombat, posee el ingenio de un infante golpeando sus muñecos favoritos hasta que uno se rompe.
Pero no importa porque entretener no es lo relevante. Recordemos la prioridad: las películas que vienen.