Convengamos que los espejitos de colores ya no vienen en carabelas desde Europa, como bromeaban “Les Luthiers” en uno de sus sketch. Hace mucho y, sobre todo hablando cinematográficamente, vienen del gran país del norte, más específicamente de la ciudad de Los Ángeles, circunscribiéndose al barrio donde está instalada la llamada “meca del cine”, que es Hollywood.
Si toda esta presentación le parece una broma de mal gusto, pomposa, ampulosa, redundante y altisonante, sólo repite la estructura narrativa, de producción, estética, guión, construcción de personajes y conflictos (si se le puede llamar así) incluidos del filme.
Sin dejar de lado la bajada de línea pseudo filosófica-política, los malos, son pero malos, muy malos, ya sabemos hoy en día quienes son, y que no podían faltar en una producción de esta naturaleza.
Esto no significa que está mal filmada, ni que los efectos especiales sean de factura mediocre, o que el montaje pierda el ritmo del relato, sólo que defrauda por lo vacuo, vacio, del texto.
Cuando promocionalmente, y desde el titulo en español, prefiguraba otra cosa. Algo así como políticamente casi incorrecta. Para algo de ese orden vayan a ver “Deadpool”, todavía en la cartelera porteña.
Nuevos dioses, viejos mitos, héroes y villanos, los de siempre, con alguna que otra aparición para dar lugar a la próxima entrega con toda la liga de la justicia ya desempolvada y lista para desplegarse, entre ellos la Mujer Maravilla en la piel de la actriz israelí Gal Gadot, bueno, mejor dicho, en el cuerpo de ella, de lo mejor del filme, la actriz, digo, también su cuerpo por supuesto.
En este orden las actuaciones de los secundarios superan en performance a los principales. Ben Affleck es correcto en su interpretación, sobre todo en momentos en que la juega de un cansado Bruce Wayne, su contrapartida es el anodino Henry Cavill, quien no da ni como Superman, aunque lo filmen volando o levantando un barco transatlántico, ni como Clark Kent, con conflictos personales más del orden de la moral que del buen gusto, ¿o era al revés?
Desde que comienza la realización Zack Zinder, su director, personalmente pide, antes de comenzar la proyección real, que nada contemos de la trama. Toda una alegoría, siendo en realidad demasiado previsible hasta en los intentos de vueltas de tuerca.
Escrito por David S. Goyer y Chris Terrio, éste último responsable del guión de “Argo” (2012), por el que gano el premio de la Academia, lo cual significa poco, más siendo su primer y único antecedente como guionista hasta la fecha. ¿Habrá sido casualidad?. En esta ocasión, al menos no fue revalidado.
Esos problemas y contradicciones narrativos, planteados a la orden de un texto que intenta unir lo imposible y que llevado al audiovisual por un buen director técnico, dicho esto para diferenciarlo de los autores cinematográficos, no podría corregirlos. Se nota el esfuerzo, pero el desorden, la necesidad de abarcar y contar todo, de refrendar historias no lo hace confuso, pero si agotador y aburrido.
Entonces tenemos los traumas infantiles vivenciales de Batman contra los cuestionamientos éticos actuales de Superman, así va y vuelve sobre los personajes, mezclándolos con los secundarios que a la postre, por no ser abusados con el lápiz, terminan siendo de lo mejor del filme. La ya nombrada actriz israelí, Holly Hunter en el papel de la senadora Finch, que duda de la prioridad de tener un super héroe sin limitaciones como ídolo a seguir, Lawrence Fishburne en la piel del editor del diario “Daily Planet” de Metrópolis, pasando por la maravillosa Diane Lane (¿no envejece esta mujer?) en el papel de madre de Superman, o en el más cínico de los Alfred interpretado por Jeremy Irons, para terminar con la frutilla de Amy Adams como Lois Lane, lo mejor en todo sentido.
En orden de importancia, lo dicho, la dirección de arte, la fotografía en concordancia con las necesidades estéticas del guión, el montaje, efectos especiales incluidos, sólo que todo junto tratando de imponer a la obra en armonía con el énfasis solemne en un texto que brilla por la ausencia de dramatismo. En este orden de situaciones se lleva el premio mayor el diseño de sonido, más taxativamente la banda sonora, exagerada, redundante, por momentos anticipatoria de manera ridícula, en síntesis agotadora, no sólo cansa sino que termina aturdiendo.