Armas y disfraces en defensa propia
El más fuerte contra el más inteligente. Una película de sobreabundancia discursiva, que justifica su precariedad cinematográfica y la prédica bélica. El film se reduce a una tardía consumación de una serie de clichés en la temática "superhéroes".
Que se trate de un "tanque", con superhéroes, que tenga plaga de efectos digitales, no hace a la cuestión. En todo caso, lo penoso de un film semejante estriba en su responsable. Vista la catarata de películas previas del mismo director (300, Watchmen, Sucker Punch), de Zack Snyder -el "protegido" de Christopher Nolan- nada diferente podía esperarse. Ahora bien, ¿por qué detenerse en Batman vs Superman?
Vale su análisis porque se trata de la consumación de un capítulo (tardío) en el nuevo paradigma del cine digital: los superhéroes. No hay concepto mejor para esta nueva manera de hacer y pensar cine. Las anécdotas sobre los cables de los que se colgaban los viejos Supermanes, con el insigne Christopher Reeve como corolario, han quedado en la historia; tanto como el traje de movimientos limitados del Batman de Michael Keaton.
Batman y Superman han dibujado un yin yang de décadas. Y algunos de sus films son, justamente, de los mejores que el vínculo cómic-cine ha dado. Pero la historia, y el cine, ahora son otra cosa. Así que, ¿cómo adecuar lo que parece demodé, o cursi, y de paso sepultar aquellas trompadas de Adam West al ritmo de onomatopeyas televisivas?
La respuesta tiene foco en el Batman de Christopher Nolan, con su mensajería moral a domicilio, frívolo y convencido de lo que hace. No importa si la ley lo limita, él sabe lo que es mejor. Y predica. Los seguidores no han faltado. (Se trata, en última instancia, de un justiciero millonario.) Dólares de admiración para la trilogía de un director que ha reiterado, en su filmografía, un mismo esquema motor, que en sus Batman pone al servicio del clima terrorista contemporáneo. La Ciudad Gótica de Nolan dejó de ser la de un cuento de pesadilla para tener la fisonomía de la metrópoli moderna y sus miedos.
El salto a la Metrópolis de Superman vino con El hombre de acero, con producción de Nolan y dirección de Snyder. Por primera vez, Superman mata. De manera decisiva, convencido de semejante solución. No es algo que debiera llamar la atención. Ocurre en cualquiera de las películas de Snyder: 300 es el canto de guerra del poderío norteamericano; Watchmen es la asunción discursivo-epidérmica de una gran historieta, asimilada como lo que no es: una película de superhéroes.
Watchmen, en este sentido, es el mejor ejemplo: su presunta mirada crítica no fragua, mientras replica las angulaciones de los cuadritos de origen de manera perversa, por inversa: lo que el cómic de Alan Moore denunciaba y destrozaba (los superhéroes y su lógica fascista), Snyder lo reconstruye. La ratificación estará en sus films siguientes, dedicados a la consolidación de este género cinematográfico.
De esta manera, Batman vs Superman es la consumación -tardía por tratarse de dos personajes pilares, recién insertos en la nueva modalidad- de todos los clichés del realizador, lector devoto del dibujante Frank Miller, quien no ha dudado en repudiar el movimiento Occupy Wall Street así como en parodiar y ajusticiar árabes en su historieta Holy Terror (2011). Cuando Miller renovó a Batman en 1986 con The Dark Knight Returns, muy pocos se abstuvieron de aplaudir eufóricos. Uno de ellos fue el gran crítico español Javier Coma, alertado por el tinte fascista que propugnaba el dibujante. Huelga decir que es ésta la historieta que está detrás del Batman/Superman de Zack Snyder.
Si el Batman de Snyder es el guardián que vuelve a las calles porque la ley falla ante peligros novedosos -la secuencia inicial es pura recreación del 11-S, así como nudo con el desenlace de la anterior El hombre de acero-, su Superman habrá de volver a matar. A quién, no es algo que se revelará. Sí que el Lex Luthor de Jesse Eisenberg parece demasiado bufón, a medio camino entre la caricatura y la seriedad boba de la película. No está claro qué es lo que el actor compone. Pero sí, al menos, que es un CEO, y que es un villano. Algo es algo.
Ahora bien, que la maldad descanse en los hombros de un empresario inescrupuloso no hace más que coincidir con la crítica superficial que Watchmen ya postulaba. En Batman vs Superman los representantes de la ley aparecen inmaculados, como héroes que batallan entre otros que se corrompen, de caras invisibles.
Mientras los sucesos enfrentan a los titanes, lo que se cuece es el cruce mayor entre éstos y los supervillanos de las entregas próximas, está claro. Lo que en todo caso no se entiende es la construcción desbordada de las secuencias de batalla. No aportan absolutamente nada. Aparecen como una catarsis epiléptica, luego de casi ¡dos horas! de diálogos "sesudos". Plagadas de encuadres que son postales (o "trading cards"), en donde los personajes están en pose, para luego apurar los movimientos. Una bobería que tiene mejor ejemplo en las secuencias de acción de El destino de Júpiter, de las hermanas Wachowski: planos digitales abstractos, sin coherencia, pero acordes con un vértigo narrativo dislocado, que apunta a una sensibilidad distinta, casi exenta de analogía. Allí hay más cine que en un solo fotograma de Snyder.
En rasgos generales, este "enfrentamiento" no ofrece más emoción que la de cualquier capítulo de la serie de Adam West, tal vez menos, ya que aquel batimóvil (¡el Lincoln Futura!) no tenía necesidad de ser un arma homicida, que disparara armas de todo calibre. Este batimóvil-tanque arrasa con lo que se le cruza, asesina y ajusticia. La misma película lo justifica, al poner en boca de Perry White (Laurence Fishburne) la frase aleccionadora, dirigida a su periodista, Clark Kent: "Esto ya no es 1938", en referencia al año de aparición de este primer superhombre, quien elegía situarse del lado de los desfavorecidos de la gran depresión. Los tiempos son otros, los del periodismo también. Superman, ahora sí, está listo para matar.