A cada estreno de una película de Zack Snyder nos invade la más profunda incertidumbre sobre si veremos algo más cercano a las aclamadas El amanecer de los muertos y Watchmen o si el director caerá en la mediocridad de Suckerpunch y Ga`Hoole. La recibida del público, en este caso no es más que anecdótico. Los números de la taquilla son bastante predecibles desde antes del estreno hasta luego de 2 semanas en cartelera. Un estudio como Warner con una marca establecida como el universo de DC se valdrá por sí solo para colocarla en el podio de las más recaudadoras del año. Y por otro lado la subjetividad de la crítica difícilmente aleje al público de las salas. El juicio final quedará como siempre en el espectador.
Ahora sí, vayamos a la película. Las complejas composiciones de planos que emulan al comic y las abundantes referencias y vinculaciones estéticas a varias historias del acaso máximo exponente del comic internacional no logran tapar el hecho de que el director haya dejado de lado lo esencial para ofrecer una buena película: un guión efectivo. Nadie se levantará de la sala ni tampoco se enfadará por haber perdido su tiempo, pero sí es muy probable que una sensación de defraude lo invada al retirarse de la sala. Toda acción dramática se encuentra revestida por lo que parecen ser fuegos de artificio cuya única intensión es distraer al espectador de que detrás de las cuidadas particulitas de polvo y lluvia que salpican al personaje y la abundancia de cámaras lentas y rápidas, no hay nada para rascar debajo de la superficie. La historia se resume a lo que el título describe. Batman está enojado con Superman.
Lo interesante de Batman que tanto se ha sabido explotar en el mundo del comic, son los tormentos que sufre por consecuencia de sus padecimientos personales. A lo largo de sus más de 70 largos años de existencia el personaje creado por Bob Kane y Bill Finger sufrió la muerte de familiares, amigos y amantes que lo convirtieron en el frio y calculador vigilante que es (inclusive en la peor de sus adaptaciones cinematográficas, escojamos la que escojamos). En la película de Snyder la motivación para pelearse con Superman es casi un capricho. Y no es ningún spoiler mencionar que eventualmente dejarán de lado sus diferencias para estar del mismo bando. Basta con ver el trailer o estar al tanto del proyecto de adaptación de La liga de la Justicia. Pero el móvil por el cual se llega a eso es algo que jamás hubiera surgido ni siquiera de un guión de la serie con Adam West.
El fracaso de la producción poco tiene que ver con la interpretación de sus actores que tanto han sido cuestionados (sobre todo Ben Affleck). Tanto Cavill como Affleck parecen estar conscientes a lo largo de todo el film de que el potencial de la historia no fue exprimido al máximo. Una sensación similar atravesará el espectador que no necesariamente debe caer en el fanatismo obtuso ni la rechazo total. Existe un punto medio entre ambos que somos aquellos que lejos de celebrar el triunfo o la derrota de la película nos quedaremos con la incertidumbre de saber cuanto más se podría haber desarrollado la historia. Lo que es seguro es que Batman Vs. Superman es el triunfo del cine como comercio de masas. No importa que a Warner no le alcance el tiempo para contar la cantidad de dólares que recibirá por la taquilla, tanto los actores, como el director y posiblemente los mismos guionistas sabrán que algo falta. La principal víctima es, una vez más, el cine.