EL PUNTO BELLO VS. EL PUNTO IMPORTANTE
El primer Batman no se llamaba Bruce Wayne sino Edmond Dantès, un jovencito traicionado por envidiosos que le quitaron carrera, fortuna, novia, familia y libertad, y que escapó de una cárcel para convertirse en el temible Conde de Montecristo, vengador que usaba una enorme fortuna, disfraces y astucia para vencer a sus enemigos. El primer Batman ya con el nombre Bruce Wayne mataba a un ladrón a sangre fría pateándole la tráquea y se inspiraba tanto en el personaje de Alexandre Dumas como en otros justicieros nocturnos como The Shadow, que poblaban las novelas pulp y las emisiones de radio. Y también en Dick Tracy, que libraba una guerra sin cuartel contra el hampa surgido de la Ley Seca. Los villanos crecientemente coloridos de Batman eran, en su origen, una copia de los rostros locos de Tracy. Es decir, como todo ser mitológico que trasciende el medio que le dio origen, Batman es un collage de otros personajes, de otros mitos o incluso de elementos célebres que no llegaron al mito.
Esto es importante así que va de vuelta: Batman es un mito. La historia del huérfano millonario que venga a sus padres como una figura nocturna, la historia del Mejor Detective del Mundo, es conocida religiosamente por casi todo el mundo en casi todo el mundo. Lo que implica que un poco de respeto a ciertas reglas, a ciertos personajes, pueden hacer una historieta o una película sobre el personaje al menos aceptable. Si uno entiende a Batman y conoce el canon, es suficiente. Joel Schumacher no entendía ninguna de las dos cosas y sus “Batman” son basura porque consideraba que era un material “bajo” y sin prestigio. Por eso no respetó su estatuto mitológico. Tim Burton y Christopher Nolan se lo tomaron en serio. El primero lo hizo propio, un personaje del “burtonverse” de freaks, pero con el respeto a las reglas, y entre otras cosas nos regaló esa obra maestra que es Batman Vuelve. Nolan también le tuvo respeto a todo y logró esa casualidad con espíritu (del buen) Michael Mann que es El caballero de la noche. Decepcionantes o no, el mito proveía un piso de calidad que los directores conocían bien. En ninguno de los dos casos, dicho sea de paso, funcionó esa bosta que hoy llamamos “fanservice” y que implica darle al influencer bobo alimentado a grasas saturadas que vive de Instagram revolcándose en la ignorancia lo que se supone que debe gustarle.
Digamos que, por suerte, no hay casi “fanservice” en The Batman. Es bueno mantener el artículo definido. “El hombre murciélago” narra ese momento en el que, quizás, el tipo disfrazado de bicho se convierte en vehículo de un mito (mito por venir), cuando pasa de vengador a servidor realmente público. Ese “el” muestra que Batman todavía no es un nombre propio; y ese juego es importante para entender las elecciones de Matt Reeves. Reeves es un realizador capaz: hizo Cloverfield, hizo dos películas de El planeta de los simios. Y están bien las tres: tiene inventiva y fuerza, tiene capacidad para crear un universo quizás propio, para usar en su favor la puesta en escena. The Batman es, con todo, la película más “historietística” sobre Batman que se haya hecho: desde el prólogo con el primer crimen, con las ventanas en subjetiva que narran un pequeño drama espejado en el origen de Batman (un padre asesinado, un niño disfrazado), las ventanas, los marcos, las calles estrechas están tomados de tal modo que crean la ilusión de la viñeta. Esto se combina con la cantidad enorme de momentos en los que la cámara sigue por detrás a un personaje mientras camina (a veces lo hace desde adelante). Intenta no una inmersión en el vértigo del efecto especial, sino que comprendamos las reacciones de los personajes a partir de lo que ven. Es un método interesante.
Pero tiene un problema: Robert Pattinson como Bruce Wayne y como Batman está siempre crispado, triste, dolorido, sumergido en una impotencia paradójica. Es lo que vemos. Pero todo el resto de los personajes no “actúa” de tal o cual manera: no es su comportamiento el que dicta su carácter y los viste o crea, sino otra cosa muy diferente. Son así porque está en el guión. Esto es especialmente visible en dos momentos: la persecución al Pingüino con el batimóvil es la primera. La mitología dice que tiene que haber un batimóvil, que tenemos que ver cómo se utiliza, etcétera. Una excusa bastante torpe lo pone en funcionamiento. Reeves filma con nervio y claridad la secuencia, por cierto espectacular y emotiva. Pero no hay un solo elemento en esa secuencia que se combine con el resto de la película: es la única secuencia que es puro fanservice. Hay otro momento, cerca del final: un mensaje grabado enviado por celular deschava toda la maldad de Carmine Falcone y un crimen horrible. Por mucho que uno piense cómo la víctima pudo grabarse, cómo pudo hacer que Falcone confesara como un villano de dibujo animado malo hasta la receta de la Coca Cola y cómo eso pudo llegar al celular de la ambigua Gatúbela de este filme, no hay manera. Es un parche apresurado en el guión.
En sus crónicas de tenis, Serge Daney -disculpen que cite de memoria- decía de un jugador (creo que Morantes) que ganaba puntos hermosos, pero que Connors sabía ganar los importantes. Pues bien: Reeves logra en esta película escenas hermosas (Batman iluminado por ráfagas de ametralladoras, la persecución, el encuentro entre Batman y el verdadero asesino, el momento Falcone-Bruce Wayne alrededor de la mesa de pool que está sacado directamente de Ojos bien cerrados, etcétera) pero no lo hace en los momentos importantes. Los verdaderos momentos nucleares de la película son tan insípidos y realizados a reglamento que uno se pregunta realmente si a Reeves le importó mucho el guión. O si pensó que Batman gana con la camiseta (o el batitraje, para el caso).
Si vas a narrar la historia de, digamos, Odiseo, necesitás darle peso y belleza, atractivo absoluto, a cuatro escenas: la muerte de Polifemo, la visita a Circe, la conversación con Tiresias y el certamen en el palacio de Itaca. Lo demás, vamos viendo, pero esos cuatro momentos son fundamentales. Aquí Reeves hace lo contrario: le pone garra, corazón y vida a aquellos momentos en loa que puede lucirse como cineasta y no en los que definen a Batman. Queda pues en la vereda del técnico virtuoso (ni siquiera artesano) y se aleja del (cada vez menos frecuente, aunque todos los años el sistema festivalero quiera encajarnos uno) autor, del artista. Y eso, que puede leerse como un capricho de cinéfilo, se relaciona con aquello que no puede hacer un film de Batman y este sí hace: diluir el mito.
¿Ciudad Gótica es un nido de corrupción? Sí. ¿Esa corrupción lleva a que un loco quiera resolver el crimen a puro asesinato y otro, con la justicia y una máscara con orejitas? Sí. ¿Batman está tan loco como el Acertijo? Sí. ¿Batman y Gatúbela se desean y no pueden estar juntos? Sí. ¿Batman descubre que quiere a Alfred como a un padre? Sí. ¿Gordon es el más derecho de los policías derechos en un antro de inmoralidad total? Sí. ¿El Pingüino es desagradable? Sí. ¿El niño Wayne vio el asesinato de sus padres? Sí. ¿El batimóvil tiene motor cohete? Sí. Cartón lleno, está todo. Pero como una obligación, como el cura que recita cada parte de la misa a las apuradas porque cuando termine la de las ocho tiene que correr a ver River-Patronato. Y para todo esto, Reeves se toma tres horas de las que sobra, al menos, una. Dejemos de lado las muy ocasionales pinceladas de humor, como el plano del batifono en la mansión Wayne con la estatuita correspondiente al lado; ok, Matt, conocés la iconografía. Pero en lugar de ser Andrei Rubliev, sos un impresor de estampitas de Nueva Pompeya, nomás.
Ah, de paso: van a leer en las críticas que es la “película más oscura de Batman”, como si fuera necesario hacerlo “más” oscuro. Siempre es oscuro. Básicamente se define como personaje oscuro, no puede ser otra cosa (se agarra a golpes disfrazado de negro o gris, se rompe todo, vive lastimado, le mataron a los padres, no logra revertir el deterioro moral de su ciudad…¿Cómo no va a ser oscuro?). El problema es que los críticos torpes y copiones creen que la “oscuridad” (léase “solemnidad”) mejora una película. Como si hubiera que pagar con latigazos garpar unos mangos para divertirse. Pues bien: no es una película “oscura” sino “poco iluminada”, con un tono solemne sobreactuado. “Oscura” al nivel de que, en algunas secuencias, parece filmada en Braille. Eso no la hace ni mejor (ni peor), es un look, nada más, tan externo como la cara de triste de Pattinson.
En fin, ahí está, la Batman. Que no es una mala película, ojo, sino otra cosa: una especie de ensayo de autor sobre un tema a esta altura tradicional del cine que se queda a medio camino de ser ensayo, ser de autor y ser tradicional. Si sale más o menos, si no tiene el peso mítico que debería de tener, es porque una cosa es meter un ace cuando el partido va 1-2 en el primer set y otra, muy distinta, cuando vas 40-40 en el séptimo game del cuarto set en la final de Roland Garros. Alguien que le pase una toalla antes de que agarre la secuela y ponga a Batman en el freezer, antes de que se derrita del todo.