LOS PECADOS CAPITALES DE CIUDAD GÓTICA
Películas-evento como Batman suelen mostrar la facilidad con la que buena parte de la crítica cae en lugares comunes al momento de hacer análisis que terminan siendo -siendo muy generosos en la calificación- perezosos. Un par de ejemplos ilustrativos: describir (y al mismo tiempo elogiar con el adjetivo) al film como “muy oscuro”, como si eso fuera una virtud en sí misma y pasando por alto que el Hombre Murciélago es un personaje casi inevitablemente oscuro; o afirmar que estamos ante “la mejor película de Batman desde El caballero de la noche”, como si fuera tan difícil superar a la despareja El caballero de la noche asciende, el bodoque de Batman vs Superman: el origen de la justicia y la fallidísima Liga de la Justicia.
Pero el lugar común más interesante -valga la contradicción- surgió a partir de declaraciones del propio realizador de la película, Matt Reeves, quien explicó que Zodíaco, aquel notable film de David Fincher, fue una fuente importante de inspiración para Batman. Obviamente, muchos críticos se prendieron de esas declaraciones para hacer comparaciones entre obvias y apresuradas. Es que si bien es cierto que el Acertijo y sus crímenes remiten al Zodíaco -en particular, al homicida real-, lo cierto es que la película de Fincher se focalizaba mucho más en las búsquedas obsesivas de los investigadores. En verdad, el film de Reeves tiene otra obra emblemática de Fincher como espejo: nos referimos a Pecados capitales, y no solo por la iconografía urbana lluviosa, sucia y decadente. También porque la puesta en escena parece avalar la perspectiva del villano: la Ciudad Gótica que nos muestra Reeves es una urbe corrupta y aparentemente irredimible, donde la violencia y el castigo a través de la muerte parecen ser la única solución posible.
Durante gran parte de su metraje, Batman es un policial negro hecho y derecho, con el Hombre Murciélago y el teniente Gordon tratando de descifrar los mensajes que dejan los crímenes del Acertijo. Esa pesquisa, donde no importa tanto la identidad del asesino sino lo que dicen los asesinatos que perpetra, es manejada con habilidad por Reeves, aunque no deje de ser un relato que, cuando se lo piensa mínimamente, podría resolver sus conflictos en menos de dos horas. ¿Entonces por qué casi tres horas? El film parece obligarse a sí mismo a ser no solo un policial negro, sino también un artefacto que despliega tramas y subtramas que buscan reflexionar sobre los modos de aplicación de la justicia, los comportamientos de los sectores del poder establecido, los lazos familiares y las repercusiones de acciones pasadas en el presente, con referencias a hechos reales incluidas. Esa ambición de por sí no está mal, excepto cuando luce forzada por la mecanicidad del guión y determinados rasgos de la puesta en escena, que es lo que precisamente ocurre en Batman, hasta rozar lo pretencioso.
Quizás por no poder salir de la pose, de la impostación de la “oscuridad” y de la construcción de un mundo podrido, es que Batman no puede llegar a ser un film donde todas sus tonalidades lucen artificiales, frías, casi inocuas. Eso se nota particularmente en una escena que debería ser decisiva, en la que Bruce Wayne interroga a Alfred sobre el pasado familiar. Es un momento donde se pone en juego el rol de Bruce Wayne como eje moral de la historia, como alguien que debe hacerse cargo de que su apellido no es impoluto, pero también de que su camino no puede ser solo el de la venganza. Sin embargo, eso no termina de delinearse por completo, en buena medida porque Reeves, que es un realizador capaz de delinear planos o secuencias físicas muy virtuosos, no muestra la sensibilidad e inteligencia suficientes para generar empatía por lo que le sucede al protagonista.
En Batman pasa de todo, desde hechos bastante terribles hasta recorridos de progresiva redención y aprendizaje, que incluso se permiten confrontar con las atmósferas tétricas que construye en la mayoría de su metraje. Y hay que reconocer que sus tres horas no pesan, que Reeves exhibe un dominio de las herramientas narrativas que lleva a que el film nunca caiga en el aburrimiento. Aún así, se produce algo paradójico: por un lado, se percibe que la película tiene casi una hora de más y, por otro, que el universo que arma está incompleto y que harán falta nuevas entregas para finalizar ese proceso. Batman es una película grandota e inflada, a la que en el fondo se le nota que no es mucho más que un policial correcto y bien filmado, pero poco original, que necesita de un espectador (y de una crítica) que sobrevalore sus contados logros.