Una superproducción que no le tiene miedo al ridículo, gracias a la apelación a clichés
Transformers en el agua o un largo institucional de la marina estadounidense para captar nuevos reclutas. Entre esos dos conceptos hay que bucear a la hora de explicar la búsqueda casi desesperada de espectacularidad que hay en el film, pero también las múltiples carencias de una superproducción que mixtura cine bélico con ciencia ficción, más algunos toques no demasiado logrados de comedia y romanticismo.
Para entender la primera premisa hay que indicar que estamos ante la nueva franquicia de Hasbro, la misma compañía de los Transformers , y, en ese sentido, la historia es bastante (demasiado) parecida: con un protagonista bastante torpe (Taylor Kitsch) que de estar a punto de ser expulsado de la carrera militar por su arrogancia y su individualismo terminará convirtiéndose en héroe frente a una arrasadora invasión alienígena.
Esta previsible, obvia evolución del personaje -que, para completar el festival de lugares comunes, está enamorado de la bella hija (Brooklyn Decker) del capitán de la flota (Liam Neeson)- no es ni siquiera lo peor de este film de Peter Berg ( Hancock ). Porque lo que sigue es una risible, grotesca apelación al patriotismo, a la valentía y al sacrificio de los combatientes estadounidenses. La película -que parece no tenerle miedo al más absoluto de los ridículos- recurre finalmente a la figura de unos veteranos de guerra para salvar al planeta de la extinción.
La primera media hora de película (la presentación de los "personajes" y del "conflicto") es una de las peores cosas que el cine de Hollywood ha concebido en los últimos años. El resto tiene, al menos, un poco de tensión con largas secuencias de batallas. Este despliegue de explosiones y efectos visuales no es nada del otro mundo, es cierto, pero entre tantos barcos hundidos, misiles y naves extraterrestres los recargados y aleccionadores diálogos van disminuyendo en su frecuencia. Algo es algo.