Con algunos puntos en común con la exitosa Perfectos desconocidos, se trata de una comedia melosa y aleccionadora.
Algo les pasa a los directores italianos con la tecnología. Unos meses después de la exitosa Perfectos desconocidos (90.000 espectadores, toda una proeza en las actuales condiciones de distribución y exhibición), es el turno de otro título que aborda el uso y abuso de la comunicación instantánea en tono de comedia… aleccionadora.
Antes los protagonistas eran un grupo de amigos que decidían compartir todos los mensajes y llamadas que recibieran en sus celulares durante una cena. Ahora son dos maestros los que descubren que todo bien con internet, pero que nada mejor que la familia unida.
Fillipo (Marco Gilliani) y Ernesto (Alessandro Gassman) son dos profesores de un colegio secundario enfrentados en todo. El primero es intelectual, educado, severo y con una noción de contemporaneidad bastante extraña por la que, entre otras cosas, desprecia Internet y las redes sociales. Tanto que ni siquiera tiene celular. Ernesto, en cambio, es extrovertido, ignorante y pasional. A ellos los une un pasado en común. Muy común: la mujer de Fillipo tuvo un affaire con su amigo, y la hija que le dijo que durante 15 años le dijo que era suya en realidad fue concebida en esa ocasión.
El film de Massimiliano Bruno avanza yendo y viniendo entre el presente y el pasado, mostrando los hitos del vínculo entre los dos. Allí Fillipo y Ernesto rompen la cuarta pared para hablarle directamente a la cámara, en lo que es un intento desesperado por ganarse la complicidad del espectador. La viralización del video de una pelea de ellos en una clase es el disparador de un intento de “unirlos” de la hija “de ambos”, tal como se dice en una película en la que los personajes se agreden y se perdonan con una facilidad tremenda.
La propuesta consiste en filmar un documental con los roles invertidos: Fillipo usará dos meses celular y redes sociales, mientras Ernesto deberá recuperar el encanto de lo analógico. Poco importa el proyecto en sí, pues es el camino para un sinfín de máximas burdas y obvias sobre la comunicación y los vínculos, todo condimentado con un compendio de chistes al uso sobre el choque generacional que implica el manejo con soltura en el mundo de los emoticones. Melosa y falsamente reflexiva, difícil darle “Me gusta”.