Vivir para contarla
Siguiendo una tendencia actual, este documental no solamente nos abre las puertas a la vida de una sorprendente artista y pensadora, sino que también abre preguntas sobre el género mismo. ¿Cuál es el acercamiento perfecto a la persona documentada? ¿Hasta dónde se puede filmar? En fin, cuestiones que pueden no resolverse fácilmente pero que siempre están latiendo en cada imagen de este film.
A Aurora Venturini no le caben definiciones. Su vida es un compendio de varias vidas llenas de historias fascinantes, algunas reales y otras no. Escuchar hablar a Aurora a los 91 años es placentero: a pesar de ese cuerpo frágil con el que carga, su mente es jovial, audaz, irónica, y muy sagaz. No tiene paciencia, no parecen gustarle las cámaras, en realidad nada tecnológico parece agradarle: dice sin ninguna vergüenza que está esperando el día para destruir su computadora. Sus amigos y conocidos hablan de ella con admiración, y ¿cómo no hacerlo? Amiga de Eva Perón, alumna de Jean Paul Sartre, filósofa de La Sorbonne, escritora, autora de más de treinta títulos y ganadora del concurso literario de Página 12 a los ochenta y seis años. La vida de esta impactante mujer no parece real.
Y algo de esta irrealidad es lo que hace tan fascinante el mundo de Aurora y el documental. Cuenta una voz en off que, cuando los directores le acercaron el guión del film a Aurora, ella desmintió una historia sobre su padre que decían haber escuchado contarla a ella en una entrevista. Pero, luego de chequear otro material, se percataron que siempre cuenta diferentes versiones en cada reportaje. Como bien lo dice una joven crítica literaria que mantiene relación con ella, Aurora es un personaje. Y esto es así porque la ficción está presente en cada palabra de esta genial escritora. Si no hay que escucharla contando su experiencia cercana a la muerte durante su estado comatoso luego de un accidente. Una parte del documental registra una charla entre ella y el sacerdote que la visita. En esa conversación Aurora le cuenta que literalmente estuvo en el infierno, y que conoció al diablo. No vale entrar en detalles pero, sin duda alguna, es una de las mejores partes del film.
En Beatriz Portinari. Un documental sobre Aurora Venturini (2013) Agustina Massa y Fernando Krapp, también producen un cuestionamiento, o, al menos, ciertas preguntas sobre de qué manera se puede encarar una biografía desde este género cinematográfico. Si respetando los deseos del documentado o bien buscando el camino para conseguir lo que el director quiere. Aunque esto se plantea tangencialmente, la tensión no deja de estar presente: en los relatos de la voz en off cuando explica situaciones con la protagonista o en algunos gestos y palabras de Aurora frente a cámara (cuentan que ella llamaba al equipo de rodaje “las vinchucas”).
A pesar de esto, lo que consiguen aquí los realizadores parecería hacerle justicia a la versátil y lúcida vida de esta artista tardíamente reconocida, situación que lamenta Aurora promediando el film.