Beau tiene miedo

Crítica de Andrés Brandariz - A Sala Llena

You made me cry, you told me lies
But I can’t stand to say goodbye
Mama, I’m coming home

LA MUERTE DE LOS PADRES

Vivimos una época extraña para aquellas películas ambiciosas, expansivas, de corte autoral, que buscan en la gran pantalla su espectador ideal. Si el auge del streaming parecía condenar a la producción audiovisual de larga duración al consumo hogareño, el escenario post pandemia reconfirma el interés por la experiencia colectiva en la sala oscura, lejos de las distracciones y ansiedades propios de la soledad. Esta renovación de votos entre audiencia y grandes pantallas -sumada al desencanto de las productoras con los números de las plataformas- han abierto una ventana para la concreción de proyectos cuya duración y ambiciones por encima de la media (como la reciente Babylon, de Damien Chazelle, o la futura Oppenheimer, de Christopher Nolan) solían mantenerlos en el cajón de los irrealizables. Ciertamente, Beau tiene miedo integra esta tendencia y posiblemente sea su exponente más audaz; eso no lo convierte, lamentablemente, en el más afortunado.

La película de Ari Aster -que se había hecho la fama con dos películas de horror (El legado del diablo y Midsommar) cuya extensión ya desafiaba la vejiga promedio- se anticipaba, en esta ocasión, como una extraña comedia. Sus producciones anteriores no prescindían del humor: una mirada atenta ya permitía detectar arrebatos de oscura ironía y cierta predilección por el absurdo dispersos en una visión pesimista e inmisericorde del mundo. En ese aspecto, Beau tiene miedo no ofrece nada nuevo e instaría a quien pretenda llevarse algo de esta estridente, jactanciosa e hiperinflacionaria película a desprenderse de cualquier etiqueta de venta que pudiera traer aparejada.

Que Beau resulte inclasificable dentro de los géneros convencionales podría resultar estimulante, a la vez que responde a una pregunta para ChatGPT: ¿qué ocurriría si un personaje de Woody Allen quedara atrapado en el universo de David Lynch? Es un poco lo que le pasa al hipocondríaco protagonista (un Joaquin Phoenix desbocado, abandonado a sus peores manierismos), que malvive en un departamento deprimente rumiando asuntos irresueltos: un Edipo asfixiante con su madre autoritaria (primero Zoe Lister-Jones, más tarde Patti LuPone), la pérdida temprana de un padre y el idilio inconcluso con su crush de la infancia (primero Julia Antonelli, luego Parker Posey).

Fuera de las cuatro paredes donde habita Beau, la ciudad es un caos, una invitación permanente al ataque de pánico. Tal vez este haya sido el punto de partida del guion, consistente en una aglomeración de ocurrencias que serían la pesadilla de quien padece trastorno de ansiedad generalizada. Eventualmente, el hombre deberá abandonar su zona de -cuestionable- confort para reencontrarse de manera simbólica, alegórica y concreta con su madre: una especie de odisea metafísica que clausura en la misma nota agorera que las anteriores invenciones de Aster, esta vez con un matiz burlón que fastidia más que nunca, tomando en cuenta el display de episodios vagamente conexos a los cuales nos someten sus tres extenuantes horas.

No es que al director le falten destrezas: por momentos hay una lograda construcción de climas y hasta un coqueteo prometedor con el cine de animación. Pero el corolario es tan vacuo, tan satisfecho de su propia insustancialidad, que resulta difícil no ver en él cierto desprecio por el espectador que ha soportado cada una de estas caprichosas escenas, ninguna de ellas particularmente inspirada. Quizás esta sea una estrategia de Ari Aster para inmunizarse contra las críticas conforme avanza su carrera; yo creo que todavía tiene maneras de hacerlo sin bajarse el precio.