La película, basada en un hecho real, presenta un retrato descarnado de lo que la adición a las drogas puede generar en el seno de una familia "normal"
Nic es un joven responsable, estudioso y criado con amor por sus padres. Pero su adicción a las sustancias, como la metanfetamina, lo está consumiendo. Su progenitor, David, se embarcará en un intenso viaje, plagado de dolor y obstáculos, para recuperar al adolescente.
Beautiful Boy: siempre serás mi hijo tiene como base una historia verídica, y sienta sus pilares en las actuaciones del joven Timothee Chalamet, en una performance tan pasional como arriesgada; y Steve Carell, un actor que ya ha demostrado con creces que es mucho más que un comediante. Juntos, como padre e hijo en la ficción, consiguen traspasar la pantalla con momentos de hondo dramatismo y escenas que lograrán tocar las fibras más íntimas de los espectadores. Son sin dudas, lo mejor del filme.
El director Felix Van Groeningen no se ahorra los golpes bajos para que el metraje funcione, sea efectista, y la trama de caídas/recaídas mantenga el interés durante los algo excesivos 120 minutos del filme.
El largometraje está narrado desde la mirada adulta de aquellos que quieren comprender cómo un joven que lo tiene todo, puede sucumbir ante el flagelo de las drogas. En esa elección, por momentos, abundan los clichés, y los diálogos didácticos, al borde del manual de autoayuda, uno de los puntos más flojos del guión.
Técnicamente cuenta con un gran trabajo de fotografía, algunos planos lucen casi pictóricos. Eso sí, la utilización de recursos, como el flashback, ralentizan y atentan contra el clima y la atmósfera del filme.
En definitiva, salvando los lugares comunes y la corrección política, es una producción que al igual que su protagonista, cuando tropieza, vuelve a levantarse.