Es difícil encontrar una historia de adicciones que no tome atajos en la búsqueda de la lágrima fácil. Beautiful Boy es durísima, pero en ningún momento cae en golpes bajos ni escenas morbosas. Quizá porque no sólo muestra la lucha de una familia contra las drogas, sino también el amor entre un padre y un hijo.
Esta es la primera producción estadounidense del belga Felix Van Groeningen, que llamó la atención con trabajos anteriores como La vitalidad de los afectos, Alabama Monroe o Bélgica. Junto a Luke Davies, ex adicto a la heroína, realizaron la titánica tarea de escribir el guión adaptando dos novelas autobiográficas: la que da el título a la película, de David Sheff, y Tweak, de su hijo Nic.
Esa es una de las claves, porque de esa manera tenemos los dos puntos de vista. El del padre desesperado, que ve cómo la metanfetamina ha transformado a su nene en una persona desconocida y no sabe qué hacer para sacarlo de ese pantano. Y el del hijo, que se siente culpable por mentirle a su familia e intenta zafar, pero cae una y otra vez en la tentación. No podría haber mejores intérpretes para estos personajes que Steve Carell y Timothée Chalamet.
Otra fortaleza de Beautiful Boy es que escapa de los lugares comunes. Aquí no hay marginalidad, violencia o un desastre familiar que, como en tantas otras historias, justifiquen el comportamiento del adolescente. Lo tiene todo: talento, educación, belleza, el afecto de una familia casi perfecta, recursos económicos, una casa paradisíaca. Pero una personalidad adictiva, el vacío existencial o algún motivo insondable lo llevan a probar drogas cada vez más duras.
Este padre y este hijo provocan mucha empatía porque tienen reacciones de enorme humanidad, nobles e imperfectas: entre el enojo y la comprensión, en un caso; entre la negación, el remordimiento y la vergüenza, en el otro. El arco que traza la relación está muy bien construido, a través de flashbacks y saltos temporales que reflejan el profundo apego y las grietas que lo resquebrajan.
Al final aparecen unas innecesarias estadísticas que parecieran intentar subrayar la trascendencia de la película. Pero vale la pena quedarse hasta el final de los créditos para escuchar a Chalamet recitar Let It Enfold You, un bellísimo poema de Charles Bukowski que sí le da un cierre perfecto a esta historia de amor.