Tomando un tema tan importante como la drogadicción, el director construye un catálogo de previsibilidad y lugares comunes que nunca deja al azar nada en relación al público, pues el mayor punto de inflexión de este producto es la manipulación a la que somete al espectador, al pobre sujeto que pago la entrada para verla. A punto tal que todo apunta a un mismo lugar, la de producir empatía por parte de quien este en la sala de cine.
Basada en los libros de David y Nic Sheff, padre e hijo, en donde desde distintos puntos de vista narran la experiencias de ambos en relación a la droga dependencia.
Uno como el padre que intenta mostrar su preocupación y su infructuosa lucha para que su hijo de “cure”. Por el otro lado la mirada del hijo como víctima de ese flagelo de adicción a la metanfetamina, cuyo progresivo acumulativo es irrefrenable, el adicto cada día necesita de una dosis más alta.
Posiblemente esto suceda en los textos literarios, pero nunca aparece en el filme, “Beautiful Boy” (John, perdónalos, no saben lo que hacen) está estructurada desde una pronta ruptura temporal, la presentación del personaje principal, el padre David Sheff (Steve Carell) para retornar a un año antes. Lo cual daba la sensación de estar enfrentándonos una gigantesca analepsis, pero no.
Todo está puesto de manera tal que los cortes espaciales y temporales, al pasado, al presente y al futuro, sólo sirvan para intentar explicar donde comenzó todo, no lo hace realmente, cuál sería el pronóstico, tampoco lo logra. En el medio, o sea el presente dando cuenta del nihilismo más intrascendente.
Lo que si se produce es un estado confusional narrativo, tan repetitivo desde las imágenes y las palabras, que el tedio se hace presente muy rápidamente.
Si algo se constituye como rector de la manipulación es la historia misma, así presentada, ya no importa la búsqueda estética de diferenciar los distintos estadios del recorrido de lo que debería ser un infierno con algunos cambios de luminosidad o la paleta de colores que se utiliza, termina por perder importancia y pasa desapercibido.
Un ejemplo de esto es una palabra significante, sostenida a lo largo del todo el filme, ambos se dicen permanentemente “TODO”, lo que no sabemos dónde proviene, cuándo por fin nos lo muestran la escena está armada desde todo punto de vista para que sintamos empatía por el padre, cuando en realidad podría leerse como la entrada al infierno por parte del hijo.
Transcurre en el aeropuerto de Los Ángeles, el padre despide a su hijo de 5 años, este viaja solo, va a pasar una temporada con la madre, que nunca había mostrado el tan mentado instinto maternal, en San Francisco, digamos a unas cinco oseis horas en auto, (lo hice como turista, tarde más, haciendo paradas obligadas claro). A lo largo de la historia y del inicio de ese código (TODO) entre padre e hijo, termina significando NADA. En ese vacío entra como completud la droga. Esto descripto como ejemplo. No es lo que quiere mostrar el director, es parte de los horrores en los que recurre el filme.
Como axioma, cuando un padre descubre que su hijo es adicto, ya es tarde.
El otro recurso, mal utilizado por cierto, a fin de manipular al espectador, es la banda de sonido, el diseño sonoro está al servicio de la música, debería ser de manera inversa, que intenta señalar a cada momento que debe sentirse, congoja, angustia, tristeza, empatía, termina por cansar y transformarse en intolerable.
El filme termina por transformarse en un cúmulo de momentos repetitivos, tratamiento-recaída, tratamiento-recaída. La reiteración circular. La nada cinematográfica.
Tampoco ayuda la correcta actuación de Timothee Chalamet en el papel del hijo en edad adolescente-joven, por su parte Steve Carell nunca despierta nada, un rostro impenetrable que nunca modifica y que nada transmite. En defensa de ambos podría mencionarse la mala presentación, construcción y desarrollo de los personajes, todo apoyado en el discurso oral, que tampoco es óptimo. Sólo se salva del incendio Maura Tierney como la segunda esposa de David, madre de los dos medios hermanos de Nic, lastima su poco tiempo en pantalla.
El filme “Réquiem para un sueño” (2000), de Darren Aronofsky, es una película muy bien contada y seria sobre el flagelo de las adicciones, “Beautiful boy: Siempre serás mi hijo” se encuentra muy lejos de serlo.