Una realidad asfixiante.
Muchas personas valiosas se desperdician por problemas de adicción, se trata de individuos que, por lo general, presentan características que se diferencian desde la niñez. Lo importante quizás no sean éstas características en sí, ya que varían; sino más bien, una tendencia a alejarse de ciertos hábitos culturalmente aceptados, muchas veces impuestos, desde las construcciones sociales. Estos tienden a no aceptar las normas establecidas y muchas veces buscan desesperadamente no sentirse parte de un rebaño. La sociedad los estigmatiza y trata de mantenerlos aislados, ya que representan un “problema” al intentar ir en contra de la corriente. Reflexionar acerca de las demás adicciones, que, si bien están camufladas y aceptadas en esta “hipócrita sociedad”, no dejan de alienar al sujeto, convirtiéndolo casi en un robot manejable, mediocre y carente de originalidad.
David Sheff (Steve Carell), es el padre de Nicolás (Timothée Hal Chalame), un joven que se destaca en deportes, con una cultivada preparación académica y que, a los 18 años de edad, parece tener una carrera universitaria de prestigio como escritor. El mundo de David se derrumba cuando se da cuenta de que Nick comenzó a consumir drogas en secreto a la edad de doce. Como consumidor ocasional, Nick finalmente desarrolla una dependencia a las metanfetaminas y nada alcanza para sacarlo de su adicción. Al darse cuenta que su hijo se ha convertido en un completo extraño con el pasar del tiempo, David decide hacer todo lo posible para salvarlo. Enfrentando sus propios límites y los de su familia en el afán de ayudarlo; será su esposa Karen (Maura Tierney), la que lo haga reaccionar y reconocer con impotencia que no está en sus manos sacarlo de allí.
El director y guionista Felix van Groeningen, enfoca este drama familiar desde un punto de vista diferente y realista, alejándose de convencionalismos muy trillados, que muestran el morbo de la destrucción en forma explícita, evitando así dar golpes bajos, lo cual resulta un acierto, ya que ésta podría haber sido una película más sobre adicciones.
Deberíamos replantearnos como sociedad, si suma catalogarlos como “drogadictos”, ya que esto se convierte en un facilismo para desterrar o no ver el problema, muchas veces, auto promovido por sociedades que desean invisibilizar a cierta parte de la población por considerarlos una molestia, excluyéndolos así del sistema.
En el caso de Beautiful boy nos encontramos con un adolescente inquieto, curioso, muy bien interpretado por Timothée Hal Chalame que claramente se rebela hacia lo establecido por lo externo y hasta por su propio padre, quien se ve desbordado por una situación que excede el límite de su comprensión. A pesar de la buena relación que existe entre ellos, el amor que transmiten, la química y la dulzura de esos momentos únicos e íntimos entre padre e hijo, al verlo crecer, compartir música, tener códigos; aparece aquí un claro mensaje para reflexionar acerca de los verdaderos motivos que generan una adicción no aceptada socialmente, sobre todo en los casos de personas que poseen una sensibilidad y curiosidad que les impide concebir algunas cuestiones que, para la mayoría, simplemente funcionan. Quizás tenga que ver con la incertidumbre sobre el lugar que van a ocupar en la sociedad. Tal vez, la asfixia que genera el hecho de que su padre haya depositado tantas expectativas en él, dado su rendimiento académico brillante, invita a la reflexión no sólo sobre las adicciones, la lucha eterna, honesta y solitaria de los que padecen esa enfermedad y otras, sino a preguntarnos cómo llegaron a ser víctimas de la ganancia para narcotraficantes, generando otro círculo vicioso y despistándonos quizás de la verdadera solución, ya que estas víctimas deben escaparse o adquirir estas sustancias en lugares marginales en donde su vida corre peligro.