Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo

Crítica de Rocío Belén Rivera - Fancinema

PERO EL AMOR ES MÁS FUERTE

En el imaginario colectivo de la sociedad en la que vivimos, se suele sostener que el amor entre familiares es el amor más fuerte que se puede experimentar. Ya lo afirmaba Guillermo Francella en cada emisión del tradicional programa de los almuerzos domingueros La Familia Benvenuto: “Lo primero es la familia”. ¿Es realmente así? ¿La unión sanguínea es una garantía de lazos afectivos verdaderos? No creo que haya respuesta alguna a estas preguntas, ya que el ser humano es tan complejo que nada que lo que se afirma se puede asegurar en realidad. Pero Beautiful Boy: siempre serás mi hijo, el reciente film de Felix Van Groeningen, nos trae la historia de amor más noble y emotiva: la de un padre con un hijo enfermo.

Por enfermedad, en este caso, nos referimos a que Nicholas (Timothée Chalamet), el hijo de David (Steve Carell), es un adicto a múltiples drogas, sobre todo a la metanfetamina. El film no recae en golpes bajos ni dramatismos o exageraciones, todo lo contrario: la historia está centrada principalmente en el tránsito de este padre que descubre, acepta, confronta y ayuda a su hijo a salir de tan terrible situación, negociación que veremos que se repite a lo largo de la narración, ya que por momentos Nicholas quiere iniciar una vida libre de adicciones y por momentos, no. Estos encontronazos, estos desencuentros y discusiones con alguien que no está en sus cabales y con quien poco se puede razonar, es mostrado de forma sutil pero muy efectiva por la película. Carell pocas veces se desborda en su desesperación paterna, pero igualmente se entienden y sufren las diferentes situaciones conflictivas: la desaparición de su hijo, diversas sobredosis, las mentiras, la esperanza de la recuperación, la desesperación, la decepción, etcétera. Cada estado emocional es orgánicamente compuesto, logrando una efectividad en la historia, tanto por la interpretación del padre como la del hijo.

El film es solo eso, es la historia de un padre en el proceso de aceptación de la enfermedad de su hijo. Hay personajes secundarios que completan el camino del héroe para cada uno de nuestros protagonistas: la madre, la madrastra, los hermanos, una novia fugaz. Todos pasan por la vida de estos personajes, pero sólo ellos dos son los que finalmente quedan cuando las papas realmente queman. Sin grandes efectos ni desbordes para encuadrar el dramatismo de la situación, el film emociona e interpela al espectador, ya que se nos permite tanto ponernos en la piel del padre como en la del hijo. Aquí nadie es el malo y nadie es el bueno, aquí todos hacen lo que pueden con lo que tienen y con las cartas que les tocaron para jugar. Por eso la película funciona, porque la vida está llena de dificultades y de héroes anónimos que ayudan a sobrellevar problemas que para algunos son nimios, pero para otros son la peor tragedia. Porque no todo es apoteótico, a veces los detalles son las más grandes batallas ganadas.