Un drama basado en una historia real: la de un padre periodista que intenta, una y otra vez, que su hijo de 18 años abandone el consumo de metanfetaminas. Ambigüedad entre ser una película didáctica sin convertirse en buen cine.
Basado en dos libros -el del padre: Beautiful Boy: A Father’s Journey Through His Son’s Addiction de David Sheff, y Tweak: Growing Up on Methamphetamines de Nic Sheff, el hijo- la película es un péndulo entre los dos puntos de vista, en la batalla desesperada de una familia y, por sobre todas las cosas, de un padre por rescatar a su hijo del infierno de las drogas.
Dirigida por el belga Felix Van Groeningen, si bien Beautiful Boy: siempre serás mi hijo no cae en ningún momento en la utilización de golpes bajos, hay algo anodino que campea en el film: la falta de un claro motivo por el cual el hijo reincide una y otra vez en el calvario de las adicciones. Es un chico que como estudiante parece ser brillante, se presentó a seis universidades y en todas lo aprobaron, a pesar de que sus padres se separaron cuando él era pequeño parece haber crecido rodeado de amor y, aun así, su vida está llena de vacíos que llena con todo tipo de sustancias.
Con el ojo puesto en la temporada de premios, y sin haber conseguido llegar hasta la instancia mayor (que serían las nominaciones al Oscar), lo mejor de Beautiful Boy: siempre seás mi hijo son sus actores: un impecable Steve Carell y, en mayor medida, la gran revelación de Llámame por tu nombre, Timothée Chalamet. Ambos exactos, sin ningún exceso de sobreactuación. Secundados por los aportes de Amy Ryan y Maura Tierney.