Las razones de un regreso
Este documental de investigación del pasado familiar acompaña a una argentina en busca de sus raíces en el Líbano, pero esa necesidad no llega a trasladarse cabalmente al espectador por las vacilaciones del film en enfocar su tema.
A veces la producción cinematográfica funciona como por contagio. Uno de esos contagios generó, desde fines del siglo pasado, una verdadera eclosión de documentales cuyo tema es la propia familia del realizador. Una vertiente particular de ese rubro, que inevitablemente linda con el thriller o el policial, es la de la investigación del pasado familiar a cargo de uno de sus descendientes. La vertiente, que reconoce en Los rubios (2003) y en M (2007) una variante política, tuvo altos exponentes en films como Familia tipo (C. Priego, 2009), la paraguaya Cuchillo de palo (R. Costa, 2010) y la española Pepe, el andaluz (que acaba de exhibirse en la sala Lugones). Así como la notable Huellas, del argentino Miguel Colombo, de próximo estreno. En el caso de Beirut-Buenos Aires-Beirut, la investigación la emprende una argentina de origen libanés, que viaja a tierra de sus mayores para desentrañar las razones del regreso definitivo de su bi-sabuelo materno a su país de origen, medio siglo atrás, abandonando aquí a toda su familia.
Dividida en dos mitades –una primera investigación, sobre todo de cartas selladas, de la bisnieta en Buenos Aires; el traslado posterior al recóndito pueblito de Kfar Kela, junto a la frontera israelí–, la película está protagonizada, coescrita y coproducida por Grace Spinelli, que dejó la dirección en manos de Hernán Belón (realizador del documental Sofía cumple 100 años y el muy logrado film de ficción El campo). Dos elementos traccionan esta clase de películas: el deseo del protagonista por echar luz sobre el secreto familiar y la transmisión de ese deseo al espectador, de modo que éste pueda sentirse involucrado. Se siente la ausencia de ambos motores en Beirut-Buenos Aires-Beirut. Que el bisabuelo haya abandonado a su esposa y cuatro hijos, de un día para otro y sin dar razones, es sin duda un secreto digno de investigarse. Pero –un poco por un problema “de actuación” de la protagonista, otro poco por indecisiones narrativas y de puesta en escena– esa necesidad no llega a transmitirse de modo cabal al espectador.
La película de Belón tiende a hacer primar la emotividad (sobre todo en los encuentros con la abuela, última hija sobreviviente del que partió) por sobre el sentido de lo siniestro, que no aparece ni elípticamente. Es una cuestión de verosimilitud: si bien hay razones para hacerlo, la necesidad de la nieta no llega a percibirse, poniendo el viaje al borde del turismo étnico-familiar (ni qué hablar de la presencia de Hezbolá en la zona, aludida como si fuera un tema más). Al encontrar en Kfar Kela a quienes conocieron al bisabuelo o a descendientes de la mujer junto a la que aquél terminó sus días (su primera novia: hay toda una love story allí en la que tampoco se profundiza), la protagonista se deja ganar por la emoción. Pero al espectador ese llanto puede llegar a resultarle ajeno (obsceno, por lo tanto), por las vacilaciones del film en focalizar sobre su tema y comunicarlo con precisión.