La guerra en las calles
El incansable Kenneth Branagh, que a esta altura se ha animado a todo, desde dirigir y actuar dramas shakesperianos hasta filmar películas de superhéroes, regresa ahora con una obra de carácter autobiográfico sobre su niñez a fines de los años sesenta en Belfast, capital de Irlanda del Norte, que se adentra en los inicios del conflicto entre católicos y protestantes, cuestión que estampó sus esquirlas durante décadas sobre la política irlandesa y británica y aún presiona fuerte sobre los conflictos de Gran Bretaña con la Unión Europea e Irlanda.
Para adentrarse en el pasado, después de unas breves escenas panorámicas en color de la Belfast actual, Branagh pasa al registro en blanco y negro para narrar esta historia familiar en medio de los disturbios de agosto de 1969 que desencadenó una guerra civil entre católicos y protestantes aún no completamente resuelta, que cada cierto tiempo estalla nuevamente aunque en menor escala. Desde la perspectiva de un niño, el director de Enrique V (Henry V, 1989) explora la infancia para desenvolverse en medio de la dinámica de una familia protestante que vive en un barrio obrero en el que también habitan parentelas católicas, lo que le permite analizar el comienzo del conflicto desde un lugar privilegiado que atemoriza por su cercanía.
El pequeño Buddy (Jude Hill) es un niño de nueve años, soñador, que juega en las calles con un palo y la tapa de un tacho de basura, que simulan una espada y un escudo, con sus amigos y su prima adolescente hasta que una manifestación de protestantes intenta destruir los hogares de católicos de un barrio obrero, situación que deviene en un agrio enfrentamiento con la policía. Ante la violencia imperante en la calle, su madre (Caitriona Balfe) acude al auxilio de su pequeño para llevarlo de nuevo a la casa en medio del caos de piedras y bombas molotov que caen y estallan, de los que se protege y resguarda a su hijo con la tapa del basurero que el mocoso utilizaba en su juego, ahora sí transformada realmente en escudo como un símbolo de la fantasía idílica que se transforma en pesadilla, situación que los rostros de los actores ejemplifican a la perfección, una alegoría de la pérdida de la inocencia, de una temprana introducción en un conflicto permanente con treguas más o menos breves seguidas de estallidos sociales. Mientras la tensión en el barrio y en toda la ciudad aumenta y las organizaciones radicales protestantes abogan por llevar el conflicto a las calles, la familia de Buddy se ahoga en sus deudas impositivas con el fisco de la corona británica, por lo que el padre (Jamie Dornan) debe ir y venir de Londres para ganarse el pan, pasando semanas sin visitar a su adorada familia. Entre la desesperación de su madre ante los problemas financieros y la ausencia de su marido y la distancia con su padre, Buddy pasa mucho tiempo con sus abuelos, interpretados por Ciarán Hinds y Judy Dench, una pareja de ancianos que aún se ama, que ayuda al joven con las matemáticas y siempre tiene un consejo para su nieto preferido. La enfermedad pulmonar de su abuelo, producto de su labor como minero en el pasado, y la aparición de un nuevo líder que busca cobrar impuestos para la organización terrorista protestante de Irlanda del Norte empeoran una situación ya de por sí inestable mientras el pequeño Buddy se mete en problemas con su prima, generándole grandes disgustos a su atribulada madre.
Branagh hace colisionar este mundo idílico de Buddy en un barrio obrero habitado por católicos y protestantes, donde los inocentes juegos de guerra en las calles abren paso a una batalla campal que deviene en barricadas improvisadas por los vecinos en conjunto con el ejército para impedir que los manifestantes protestantes regresen a atacar las casas de los católicos y de sus cómplices. Por otra parte y a la par de esta trama, el film también trabaja sobre la cuestión de la inmigración irlandesa, obligada a partir de su tierra debido a la violencia y la desocupación. De esta forma el padre de Buddy debe viajar constantemente a Londres para ganar el sustento, lo mismo que su progenitor, que una vez partió de Belfast para trabajar en las minas de carbón y ahora debe lidiar con los problemas pulmonares heredados de su insalubre labor. El film también hace hincapié en las injustas cargas impositivas de la corona inglesa sobre los irlandeses, que terminan siempre en deudas impagables con el fisco.
Jude Hill ofrece una actuación fenomenal como un niño que descubre el mundo, que disfruta de su niñez a la vez que ve con sorpresa cómo todo cambia mientras que Judy Dench y Ciarán Hinds brillan como los abuelos del pequeño y Catriona Balfe como su madre. Jamie Dornan, con un papel un poco más modesto como el padre, también realiza una gran labor al igual que Colin Morgan como el villano de la organización protestante de Irlanda del Norte que se enfrenta a la cálida familia. La fotografía de Haris Zambarloukos, con quien Branagh trabajó en varias oportunidades desde la remake de Sleuth (2007), la obra de teatro de Anthony Shaffer llevada al cine a principios de la década del setenta por Joseph Mankiewicz, resalta la combinación de emotividad y zozobra alrededor de la dinámica filial y la situación política que influye en el humor de los integrantes de la familia, trabajando codo a codo con la idea de Branagh de film de múltiples capas que recorre distintos géneros y registros, incluso aquel de la Nueva Ola Británica de los sesenta.
Branagh, en muchas ocasiones hoy siguiendo los pasos del John Boorman de La Esperanza y la Gloria (Hope and Glory, 1987) y Reina & Patria (Queen & Country, 2014), aprovecha al máximo las canciones compuestas por su coetáneo, Van Morrison, el cual ofrece un repertorio extraordinario que demuestra su vigencia en una época signada por la falta de originalidad y la estandarización de la cultura. Las canciones de Van Morrison no solo dan vida a las calles de Belfast sino que otorgan una vitalidad inusual a las escenas del film. A nivel cinematográfico Branagh explora aquí el drama familiar alrededor del conflicto político para llegar hasta el western vía un típico enfrentamiento de cowboys en el Lejano Oeste entre el padre del pequeño Buddy y el líder de los tumultuosos protestantes que deplora su actitud pacifista y conciliadora. Las canciones de Van Morrison y Everlasting Love, tema escrito por Buzz Cason y Mac Gayden, interpretado por Robert Knight y popularizado por Love Affair en 1967, llevan al film incluso al borde del musical en una obra que se distingue por su particular abordaje de la nostalgia. Los recuerdos se cargan de cierta añoranza y algo de tristeza pero también hay una alegría desbordante y una inocencia infantil que contrasta con la violencia que se cierne sobre el barrio y la ciudad. La mirada infantil es lo que le permite al director de Hamlet (1996) recorrer estos sinuosos tonos que van transformando a la película con maestría y astucia sin caer en la severidad de la mirada adulta, que tampoco es dejada de lado, dado que tanto la abuela como la madre de Buddy siempre se encargan de bajar a todos a la tierra, resaltando los distintos problemas de cada una de las visiones de los varones. El romanticismo tampoco es excluido de Belfast, dado que la relación entre la madre y el padre por un lado y la abuela y el abuelo por el otro tiene sus escenas románticas, atentamente observadas por el embelesado niño, que a su vez gusta de una compañera de clase, a la que no se atreve a hablarle pero a la que intenta acercarse siempre con la timidez y la lógica infantil para despedirse prometiéndole regresar. Tampoco falta aquí la cinefilia, un amor muy profundo por el séptimo arte, donde Buddy vive solo ante la televisión, o con su hermano y sus padres o con toda su familia en el cine, las fantasías que encandilaron y fascinaron a Branagh, una pasión que afortunadamente lo llevó a canalizar su sensibilidad hacia el séptimo arte y el teatro.
Lo que más sorprende de Belfast es que no se empantana en la nostalgia del pasado, por el contrario, se apoya en esta historia de la capital de Irlanda del Norte para construir un film cálido y cándido que explora los problemas de una familia atrapada por un conflicto que no promueve ni apoya, con un padre que ha tomado la decisión de emigrar debido a la desocupación y las deudas para comenzar de nuevo y una madre que no puede imaginar su vida lejos de las calles y la gente que conoce y la vio crecer, con las que ha convivido toda su vida. De esta forma Branagh explora las decisiones y la responsabilidad de madres y padres alrededor de situaciones intolerables que exigen una acción rápida y radical ante una hostilidad que crece día a día en las calles del barrio.
Belfast es sin duda alguna un film íntimo, en el que Kenneth Branagh expone su corazón para revivir un período de su niñez que marcó su personalidad y su porvenir. Aquí Branagh resalta el sacrificio materno y la partida de los hombres que deben abandonar su hogar para trabajar lejos de su tierra, entre recuerdos inolvidables por su belleza o su emotividad pero también por su tristeza o violencia, cuestiones que se combinan en Belfast con la música de Van Morrison y el cine fantástico y los westerns para crear una obra encantadora y dura sobre la felicidad y la tristeza que surcan como oleadas la vida.