La fe y el ateísmo en clave operística
Marco Bellocchio llega con una de las mejores películas que se pudo ver este año. A lo largo del film, desmenuza parte de la idiosincracia italiana. La originalidad temática está acompañada por un tono sobrio del director.
El veterano gran director Marco Bellocchio continúa desmenuzando a la sociedad italiana desde su particular mirada, única e intransferible. Desde su lejano primer film (I pugni in tasca, 1965), una de las mejores opera prima jamás realizadas, Bellocchio, ateo confeso, recorrió las miserias y contradicciones de un contexto político y social donde no deja títere con cabeza: la izquierda, la derecha, la Iglesia y el Vaticano, las Brigadas Rojas, el fascismo, la esquizofrenia, son algunos ejes temáticos de su cine, siempre aunados a una puesta en escena operística transmitida a través de escenas delirantes, invadidas por un visión cáustica que trabaja la desmesura con un placer difícil de encontrar en el cine de estos días. Algunos títulos de la última década: Vincere; La hora de la religión; Buenos días, noche.
El caso real de Eluana Englaro, quien estuvo en estado vegetativo durante 17 años, hasta que muriera en 2009, y que bombardeara las miserias de la sociedad italiana de entonces, le sirve a Bellocchio para opinar de manera furibunda sobre el hecho en sí mismo, pero también, para construir una ficción sobre tan espinoso tema. Bella addormentata (Bella adormecida) esquiva los clisés para edificar a un grupo de personajes ficticios que aluden al núcleo argumental o que se relacionan de manera periférica al hecho verídico. De esta manera, en paralelo, vemos a una madre interpretada por la siempre estupenda Isabelle Huppert, actriz en la ficción, que abandona su exitoso trabajo para esperar la recuperación casi terminal de su hija. O se presencian las vidas de los políticos opinando sobre el tema central y llevando el agua hacia el terreno que más les conviene. O se está ante un médico que protege a una desquiciada mental y dispuesta al suicidio (gran trabajo de Maya Sansa, intérprete habitual del director).
Pero también, las marchas y contramarchas, a favor y en contra de una resolución inmediata o no sobre Eluana, siempre con el correspondiente y autoritario peso de la religión en esta clase de situaciones límite. A esa originalidad temática que recorre las imágenes de Bella addormentata se suma una puesta en escena conformada por estallidos emocionales, reacciones intempestivas y diferentes puntos de vista, como si la película eligiera un tono y una estructura coral, donde el director no destruye pero tampoco pontifica a sus personajes como buenos y malos, sino todo lo contrario.
Las miserias están ahí, al alcance de la mano, provengan o no de la fe religiosa, de un político de izquierda o de derecha, o de una madre enajenada que espera que su hija vuelva a abrir los ojos.
Bella addormentata es una de las grandes películas de este año y sugerir verla hasta puede parecer como una obligación imposible de rechazar.