De dioses y hombres
Leyenda viva del cine italiano, infatigable cronista de las contradicciones y miserias de su país, Marco Bellocchio aborda en la sagaz Bella Addormentata el caso real de Eluana Englaro, fallecida en 2009 después de pasar 17 años en estado vegetativo. Una muerte que conmocionó a la sociedad italiana y que abrió el debate en torno a la eutanasia en su teatral escenario político.
Esquivando los dogmatismos, el director de Buongiorno, notte se aproxima a esta delicada cuestión con una inteligencia y emotividad admirables. En lugar de plantear un film tradicional sobre “hechos reales”, Bellocchio adopta una estrategia al mismo tiempo tangencial y directa: la historia de Englaro queda enmascarada por una serie de personajes ficcionales cuyas vivencias componen una caleidoscópica meditación sobre el valor de la vida.
Acostumbrados como estamos a un cine social que suele imponer sus postulados con un ímpetu dictatorial, una película como Bella Adormentata, que nos invita a reflexionar con libertad sin esconder por ello sus propias convicciones, puede parecer una rara avis. Hombre de izquierda y ateo convencido, Bellocchio demuestra un interés particular por personajes alejados de su prisma ideológico: Isabelle Huppert interpreta a una madre devota que sacrifica su destino para cuidar a su hija comatosa, mientras Alba Rohrwacher encarna a una activista “pro vida” que toma consciencia del valor de la libertad de elección a partir del descubrimiento del amor. Además, en el complejo paisaje humano que nos presenta Bellocchio no faltan los jóvenes trastornados, los políticos que se medican para soportar la depresión, y los hombres dispuestos a luchar por la vida de una “bella despierta” interpretada por la siempre deslumbrante Maya Sansa.
Puede que Bella Addormentata no alcance las cimas líricas que Bellocchio conquistó en películas como La hora de religión o Vincere (su película sobre los Mussolini). Tampoco encontramos aquí un exorcismo histórico tan poderoso como el de Buongiorno, notte (sobre el secuestro de Aldo Moro). En la presentación del film en el Festival de Venecia de 2012, algunos críticos denunciaron la tibieza y ambivalencia de la propuesta. A mí parecer, en su tránsito de una furiosa indignación hacia una serena lucidez, Bellocchio evoluciona sin traicionarse a sí mismo, como suelen hacer los grandes cineastas.