No está muerta, duerme
La mediatización del caso de Eluana -una mujer pasó diecisiete años en coma y cuya familia pide al gobierno el permiso para desconectarla de los aparatos que la mantienen en estado vegetativo-, es el disparador de este filme del director italiano Marco Bellocchio, quien se atreve a encarar temas como la vida, la muerte, y la libertad de elección que el ser humano tiene ante ellas.
El guión propone varias historias, cuyo único punto en común, además de la temática es que todos los personajes están pendientes, por razones varias, del caso de Eluana. Así tenemos a un senador (Tony Servillo), que debe votar en el caso nombrado, y que a su vez tiene una tirante relación con su hija, María (Alba Rohrwacher), por las diferentes opiniones de ambos. Por otro lado, se presenta una ex actriz exitosa (la impecable Isabelle Huppert), obsesionada también con la historia, ya que su hija se encuentra en una situación similar, y finalmente un médico obstinado (Pier Giorgio Bellocchio), empecinado en salvar a una mujer también empecinada, pero en suicidarse.
Cada uno de los personajes se moverá en esa delgada línea entre la vida y la muerte, y optará por una o por otra. Incluso cuando la “muerte” no implique el paso trascendental, sino el hecho de sacrificar la propia vida. Y es que el punto es que no hace falta estar en coma para estar muerto en vida, las elecciones sobre el propio destino son lo que señala si realmente se está vivo, o si se eligió morir.
La mirada de Bellocchio sobre sus personajes es imparcial: no juzga ni se posiciona en ningún lugar como si ese fuera el de la verdad absoluta: todos tienen sus razones para pensar y actuar como lo hacen. Esa postura le permitirá al espectador sondear en ellas sin ser inducido a opinar nada en particular, pensar desde un lugar propio.
Con diálogos brillantes acerca de la sociedad, la política, los medios, la fragilísima condición del ser humano, Bellocchio ofrece una pieza que no se limita a lo discursivo, sino que además plantea una propuesta estética interesante y bellísima. Con un cuidado casi obsesivo en la ambientación de la historia de cada una de sus tres “Bellas durmientes” (Eluana, la hija de la actriz, y la suicida), el director despliega una belleza casi pictórica, sobre todo remarcada en el uso de una iluminación rembrandtiana, con un manejo sublime de las luces y las sombras, que ofrecen casi un lenguaje en sí mismas. Ningún escenario es caprichoso, todo responde a una lógica, y a la afirmación del mensaje que se quiere plantear.
Una película movilizante por su temática, pero bellísima en sus aspectos estéticos, excelentemente actuada, con líneas sin desperdicio, y una profunda reflexión acerca de lo más básico de la condición humana: vivir, morir, quedarse a medias.