Hay una reseña ya disponible y maravillosa sobre esta película, escrita por Richard Brody para el New Yorker. La crítica es negativa. Y empieza así: “¿Es posible ayudar a una persona provocándole daño? Platón creía que no; el director David Frankel y el guionista David Loeb opinan que sí”. Hay algo cierto en su posición, pero eso no afecta al buen desarrollo y a la empatía que genera la película, juicios al margen.
El argumento es el siguiente. Howard (Will Smith) acaba de perder a su pequeña hija de seis años; es el mayor accionista de una empresa que no va para atrás ni para adelante, y cuando aparece un holding dispuesto a comprarla el resto de los accionistas no puede convencerlo para desprenderse del leviatán. Ellos son Whit (Edward Norton), Claire (Kate Winslet) y Simon (Michael Peña); los tres contratan a un trío de actores (Helen Mirren, Keira Knightley y Jacob Latimore) para acosarlo en la calle y dejarlo verdaderamente sacado en plena Quinta Avenida de New York City, mientras una detective privada filma los episodios y los edita en una especie de compacto de bloopers.
Y sí, la idea es desacreditarlo, hacerle perder el control de la compañía a Will, que ciertamente no anda bien, alegando la locura a la que lo llevó la pérdida de su hija. Y aquí aparece el meollo: hay algo cierto en la locura de Howard, ¿pero era necesario humillarlo? La película no queda ahí, por supuesto; es una factura 100% Hollywood y no habrá lastimados. Y es que, pese a todo, y quizá por las grandes actuaciones, en Belleza inesperada hay intermitentes chispazos de grandeza, de bonhomía incluso. Será porque en estos tiempos, cuando nadie espera la moral personificada, la esperanza es más alta. Y en ese sentido, tanto por los diálogos, por el capital actoral como por el debate que abre, en el balance final la película termina convenciendo.