La terapéutica del shock
Últimamente da la sensación de que se hace un cine para el “cómo” y otro para el “qué”. O mejor dicho aún, ¿existirá un cine de autoayuda? símil a esos bestseller que pululan en librerías de todo el mundo, para luego convertirse en películas. El problema con estos proyectos, como el que nos convoca Belleza inesperada (2016), obedece a la intención de muestrario de cómo elaborar el dolor, es decir, el nuevo opus protagonizado por Will Smith no aborda con profundidad el duelo de una pérdida, sino que encuentra en el pretexto de una historia inverosímil el vehículo propagandístico y más negador para “enseñarnos” o aleccionarnos acerca de cómo se debe sufrir.
En ese sentido, el “cómo” le gana al “qué”; la primera ficha del dominó que se desploma (coincidente con los títulos del comienzo) es la que arrastra a toda la película al pantano del chantaje emocional. De ese estanque de dimensiones importantes, como el nivel lacrimógeno que propone el sufrido Howard (Will Smith), a quien la vida golpea en el pináculo de su éxito personal como gurú publicitario capaz de tener tres años antes la clave del éxito en sus charlas motivacionales, el dominó del azar también lo arrastró hacia las profundidades del dolor por la pérdida de su pequeña hija.
La terapéutica del shock o algún resabio de la conducta pragmática muy ligada a lo yankee, transforma las buenas intenciones de sus colegas para que salga de su agujero interior a mostrar las fauces más perversas de un sistema al que le molesta demasiado la inactividad del otro. Para llorar existen modos productivos, es decir, no alcanza con compartir en un grupo de autoayuda, sino que se debe encontrar la funcionalidad para que el engranaje continúe con la maquinaria de la negación y encuentre belleza en las cosas colaterales, como expresa esta moraleja de sobre de azúcar empapado en café de Starbucks.
Claro que los antecedentes del director no son otros que Marley y yo (2008) y El diablo viste a la moda (2006), ¿o alguien no lloró por la muerte de ese dulce perrito? Aquí la estrategia es la misma, aquí la búsqueda empática viene adosada a la cara de cada personaje, porque en el efecto de las coincidencias en el entrelazado de las historias se oculta la torpeza narrativa por excelencia.
No se sabe qué contar una vez que todo está contado. La pieza del dominó ya comenzó su camino de devastación y entonces el fantasma del cuento de navidad de Charles Dickens deviene en confrontar con el Tiempo, el Amor y la Muerte -también en navidad-, pero aggiornado a los tiempos de la funcionalidad empresaria, porque el destino de una empresa de publicidad vale más que las miles de lágrimas de sus empleados.