Ben-hur es un film moroso, solemne y cercano al sermón
Tras la versión muda de 1925 con Ramón Novarro y la de 1959 con Charlton Heston y dirección de William Wyler que en su momento arrasó con los premios Oscar, llega esta nueva transposición (en 3D) de la novela escrita en 1880 por Lewis Wallace. Si en ciertos aspectos visuales pueden encontrarse algunos hallazgos propios del cine contemporáneo a propulsión de efectos digitales, en el terreno narrativo y en el entramado dramático la película luce más vieja que la original silente y más pesada que las cuadrigas que convirtieron en mito a esta historia.
Los productores contrataron al kazajo Timur Bekmambetov (el mismo de Guardianes de la noche, Se busca y Abraham Lincoln: Cazador de vampiros), pero más allá de dos secuencias espectaculares (una batalla naval entre griegos y romanos narrada desde el punto de vista de los esclavos que reman en el fondo de un barco, y la carrera final), la película luce siempre torpe y subrayada: los diálogos, los conflictos familiares y las subtramas románticas son dignas de un culebrón de hace tres o cuatro décadas (porque la telenovela promedio actual es mucho mejor que esta nueva-vieja Ben-Hur) y el resto tiene un tono aleccionador que abruma e irrita.
Las historias opuestas de Judah Ben-Hur (el inexpresivo actor inglés Jack Huston , nieto del notable director John Huston), un joven judío de familia de alcurnia cuya existencia se derrumba hasta terminar como esclavo, y de su hermanastro Messala (Toby Kebbell), que va ascendiendo en el ejército romano hasta transformarse en implacable jerarca, son los ejes de un film que se vincula luego con la vida de Jesús (el brasileño Rodrigo Santoro) y que hasta desperdicia a una figura de la dimensión de Morgan Freeman con un papel intrascendente. Así, el resultado es una película morosa y solemne, más cerca del sermón que del buen cine.