Una pregunta recurrente ante cada remake es: ¿se justifica? Esta Ben-Hur, materializada por los ejecutivos Mark Burnett y su mujer Roma Downey, productores de una Biblia televisiva y una adaptación teatral de Hijo de hombre, apunta a una visión religiosa de la historia del esclavo judío más famoso. Comparado con el clásico de 1959, por el que Charlton Heston obtuvo un Oscar, este nuevo intento padece una flojera reumática. No es por ausencia de acción: las grandes escenas se mueven bajo un halo (como si, más que para ganar su libertad, Ben-Hur sacudiera el rebenque para no llegar tarde a misa). Supuestamente basada en la novela de 1880 que sacó a rodar la historia, la película está plagada de hechos inverosímiles, como la reiterada presencia de Jesús (Rodrigo Santoro) o que Ben-Hur (Jack Huston) era un próspero comerciante cuya perdición fue un activista que usó su casa de búnker para matar a Poncio Pilotos. Apuntalada sólo en la solvencia de Toby Kebbell como Messala, el mal amigo, la Ben-Hur resultante es un tutti frutti bíblico que no podría convencer ni a Francisco.