Fiel al material original, poca diversión y muchas lecciones de fe la convierten en una película difícil de querer en esta época tan secular.
La religión es uno de los fenómenos humanos más antiguos y estudiados: las hay para toda civilización en cada lado del mundo, mueven cantidades gigantescas de gente desde tiempos inmemoriales y hacen a sus seguidores capaces de acciones terribles o sublimes. A pesar del tiempo colectivo que la humanidad ha invertido en teorizar sobre ellas y practicarlas, la verdad sobre muchas sigue oculta. Una de las facetas más amables de estas creencias tiene que ver con las virtudes del hombre y la organización de la vida social, y a pesar de que muchos de estos valores no pudieron adaptarse a las ideas del siglo XXI, otros como el amor al prójimo, la solidaridad y el perdón son promovidos y practicados por millones hasta el día de hoy.
Los jóvenes Judah Ben-Hur (Jack Huston) y Messala (Toby Kebbell) tuvieron una hermosa amistad en Jerusalén durante toda su infancia, como hermanos. Al crecer, Judah se convirtió en un aristócrata judío y Messala en un tribuno romano y durante la dura ocupación de la Ciudad Santa en el año 30 debieron ubicarse en lados opuestos del tablero. El prefecto Poncio Pilato (Pilou Asbæk) pasará por el medio de Jerusalén y es deber de Messala cuidarlo, pero una situación veloz y desafortunada logrará dejar a Judah como culpable de un intento de asesinato. Como castigo se lo enviará lejos a vivir una vida de esclavo, pero, luego de 5 años de sufrimiento, gracias al Sheik Ilderim (Morgan Freeman) encontrará la manera de enfrentarse a su hermano sin que la ley pueda tocarlo: una carrera de carros en el sangriento Circo Romano.
Cuando le ofrecieron a Timur Bekmambetov la silla de director en la nueva interpretación del clásico libro de Lew Wallace, la rechazó. La mayoría del público conoce a Ben-Hur gracias a la película estrenada en 1959 con Charlton Heston como protagonista, pero el material original tiene un mensaje más amable y menos orientado a la venganza. Es así que Bekmambetov terminó por aceptar el trabajo: se le presentó un nuevo guión, que trata con otros temas como el perdón, en vez de las otras emociones negativas que la trama permite.
Si bien los protagonistas no son de gran renombre, sus performances son precisas y necesarias para construir los personajes tan distintos a los del material original. En el papel principal, Jack Huston se desenvolvió con una sinceridad muy apropiada para Príncipe Judío. No es muy conocido, pero sí recibió halagos por su participación en Boardwalk Empire (2010). En el papel de su hermano Messala está Toby Kebbell, que sorprendió este año en su caracterización de Durotan en la película basada en el videojuego Warcraft. Los acompaña Morgan Freeman como único nombre conocido, interpretando al Sheik Ilderim. Los papeles femeninos no son sustanciales para la trama a pesar de los esfuerzos del guionista John Ridley (12 años de Esclavitud, 2013), sin embargo la iraní Nazanin Boniadi en el papel de Esther, esposa de Judah, hace un genial trabajo con el poco material que tiene.
Es complicado hacer que una película de época como Ben-Hur tenga éxito con el público mainstream. Las carreras de carros, una secuencia de acción arriesgada en su producción, es tal vez el único anzuelo con el que se pueda llevar al cine a los que no conocen el material original. Las reflexiones religiosas constantes son inquietantes para el público general, pero son parte ineludible del libro publicado en 1880 y de la evolución de Judah Ben-Hur como personaje dentro de la trama. Las idas y venidas entre acción y lección de fe, entre afecto por el prójimo y venganza contra el camarada, hacen difícil la recepción de un mensaje claro, pero el planteo de estos asuntos ya es útil de por sí.