Parece justo preguntarse por la necesidad de volver a contar, en 2016, la historia del esclavo judío Judah Ben-Hur, consagrada en la versión de Hollywood -¡ganadora de 11 Oscars!- con Charlton Heston en el protagónico.
El director ruso Timur Bekmambetov (Lincoln: cazador de vampiros) se arremanga para poner en escena, durante dos horas, la trágica aventura judeo romana: desde que Judah es un príncipe de la alta sociedad de Jerusalem y vive feliz junto a su hermano adoptivo, el romano Messala, hasta la traición, su captura, martirio y redención final.
Una historia que atrapa por su espectacularidad, a pesar del poco vuelo que aporta la prolija, casi sumaria realización con cadencia, por momentos, de miniserie televisiva. Pero Bekmambetov pone toda la carne en el asador en un par de secuencias de acción imponentes, sobre todo la que sucede en las galeras del barco donde los esclavos hacinados reman al son de los crueles tambores romanos. También, claro, en la famosa carrera final. Ahí -lejos del forzado encalce de la subtrama de la crucifixión de Jesús-, está lo mejor de este costoso relanzamiento.