Una vez más llega a los cines la adaptación del libro de Lew Wallace con una mirada puesta en los tiempos modernos. BEN-HUR es la historia épica de Judá Ben-Hur (Jack Huston), un príncipe falsamente acusado de traición por su hermano adoptivo Messala (Toby Kebbell), un oficial del ejército romano. Despojado de su título, separado de su familia y de la mujer que ama (Nazanin Boniadi), Judá es forzado a la esclavitud. Después de años en el mar, Judá regresa a su tierra natal en busca de venganza, pero encuentra la redención.
La gente todavía recuerda la versión de 1959, pero fue hace 57 años. Las ideas y la tecnología han cambiado desde aquel entonces y en esta nueva adaptación se combinan para generar un ambiente más naturalista y dinámico. Sin embargo, va a resultar difícil superar a aquella adaptación, no solo en la taquilla sino también en la calidad de la historia.
El argumento se centra en la relación entre dos hermanos con miradas egoístas sobre un tema en común: la liberación de Jerusalén. Messala es muy ambicioso, vive con la familia de Judah desde muy chico pero a pesar de que todos lo aman siente que no es respetado como un par. Ante su ambición de poder ser enlistado al ejército romano para ganar el respeto que necesita, superarse y obtener algo de dinero para desposar a la hermana de Judah. Dentro del ejército formará la idea de que la base para la liberación de Jerusalén es el exterminio de los rebeldes que viven entre ellos. Por momentos resulta fantasioso tanto el odio infundado hacia los rebeldes y sobre todo hacia su propia familia. Un personaje que está puesto para odiar sin sentido o por fundamentos no explorados desde la dirección ni desde la actuación de Toby Kebbell.
Por su parte, Huston interpreta a Judá, un príncipe judío que es condenado por sedición a manos de su amigo de la infancia. A partir de ese crimen que nunca cometió es desterrado a trabajos forzosos en un barco de esclavos durante varios años, donde alimentará su odio hacia su verdugo, Messala. Ayudado por la fuerza divina logra escapar y regresar a su mundo, apadrinado por un africano poderoso, llamado Ilderim (Morgan Freeman), quien lo convence de enfrentarse con Messala.
La sed de venganza se aferra con más fuerza al corazón de Judá hasta su encuentro con Jesús, donde sus intenciones cambian. Judá no sólo tiene motivos para odiar a Messala sino que tiene un entorno que lo empuja a hacerlo y Huston lleva a su personaje al máximo, encontrando su mayor apogeo en las escenas junto al brasileño Rodrigo Santoro (Jesús). Tanto Rodrigo como Huston, con sus interpretaciones magníficas, resaltan las ineficacias en el elenco de la película, sobre todo la de Morgan Freeman, un personaje del que tranquilamente se podría prescindir; no obstante, cobra cada vez más protagonismo y genera incomodidad en el espectador por donde se lo mire.
Algo que no podía faltar es el toque épico de la historia representada por las batallas romanas, el barco de esclavos y la carrera de cuadrigas. Estas escenas fueron contadas con mucha crudeza y por momentos generaba una naturalidad tal que, quizá por la ayuda del 3D, nos hace sentir parte de ellas. Especialmente la escena de la carrera hace sentir a la audiencia que estaba ahí y que los carros estaban ahí. Puede verse que para aumentar el dinamismo y la acción se usaron cámaras go pro, tanto en el circo como en los carros y los caballos, que sumadas a la cámara principal de la acción genera una secuencia con un sin número de planos muy diferentes entre sí desde el tamaño, la profundidad de cámara y la acción que sucedía al frente. Finalmente, es esto lo que sostiene a la película y mantiene la atención del espectador ante una historia básica y un elenco en su mayoría incoherente.