Bepo (Luciano Guglielmino) fue un linyera nacido en Tandil, en los comienzos del siglo XX. Tenía un trabajo, una modesta casita y una novia. Pero, de un día para otro, decidió abandonar todo y emprender un viaje, una aventura interminable,. porque lo que más deseaba era ser libre e independiente, no obedecer órdenes ni tener jefes a quien responder por su trabajo. De chico, su mente viajaba, y de grande, cumplió con su deseo.
Basada en una historia real, el director Marcelo Gálvez comienza a contar su historia a partir de 1935, cuando andaba por los campos de la provincia de Buenos Aires.
Narrada como una road movie, pero sin medio de transporte propio, sino que, para trasladarse, caminaba o viajaba de colado en algún tren carguero. Paraba en cada pueblo y acampaba bajo el puente del ferrocarril. Generalmente no estaba solo, por el camino encontraba a algún “colega” y pasaban un tiempo juntos hasta que lo dejaban solo.
La película no tiene puntos fuertes, siempre transita un mismo tono y el ritmo es parejo.
Se dedica a mostrarnos las vivencias y peripecias que tiene Bepo en un tramo de su derrotero. Hecha con un muy bajo presupuesto, pero aprovechado al máximo, ha logrado un buen resultado, porque el director tenía una idea clara de lo que quería y cómo lo quería filmar, y el grupo de actores puso lo mejor de sí para llevar adelante este proyecto de la manera más profesional posible.
El protagonista, siempre ataviado con la misma vestimenta, lleva dos bolsas con sus pertenencias. Las vías del tren son el camino, su guía. Va a la deriva, él maneja el tiempo como quiere. Su destino es incierto, por eso recorrió durante 27 años toda la Argentina.
Él pudo jactarse de ejercer la anhelada libertad con todas las letras, porque fue un linyera por convicción, como los otros con los que se cruzaba en el camino. Ellos manejaban un código propio de convivencia y, además, compartían una misma filosofía de vida.