Bepo

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Caminante, no hay camino
Ambientada en 1935, cuenta algunos meses en la vida de José Américo Ghezzi, un legendario linyera tandilense.

¿Quién no tuvo alguna vez la fantasía de dejar todo y salir a la ruta con una mochila y no mucho más? Mucho antes de la era de la mochila burguesa, algunos la cumplieron: en Bepo, vida secreta de un linyera, el escritor Hugo Nario contó las aventuras de José Américo “Bepo” Ghezzi, un tandilense que dedicó gran parte de su vida a vaguear por la Argentina. Inspirado por el libro, Marcelo Gálvez muestra unos meses en la vida de este hombre perteneciente a la casi extinta raza de los crotos ilustrados, con el bucólico paisaje de la pampa húmeda y las vías del ferrocarril como telón de fondo. Año: 1935.

La búsqueda del bocado para llenar el estómago -con changas o cazando-, los tropezones con la policía, los cruces pasajeros con mujeres: éstas son, básicamente, las peripecias que atraviesa Bepo en su travesía hacia ningún lugar. Pero lo que aquí más importa son las conversaciones político-filosóficas con sus compañeros de turno, que están -literalmente- en la vía como él. Porque ésta es una película sobre la libertad.

Quién más, quién menos, todos los personajes tienen una pátina anarquista: alguno cita a Proudhon, otro a Pessoa y El banquero anarquista. “Cada cual es artífice de su propia aventura”, lee Bepo del Quijote. Pero uno de sus colegas le baja el copete con frases como “la libertad termina cuando comienza la necesidad” o “algún día va a tener que elegir entre la libertad y el amor”.

Con buenos trabajos actorales, Gálvez consigue recrear el romanticismo de estos vagabundos de otra época, lúmpenes vocacionales con moralejas universales: “La cosa es cómo vivir la vía: esperar al costado a que caigan las sobras o caminarla”.