SILENZIO: Berberian Sound Studio y la experiencia psicoacústica
Berberian Sound Studio es muchas cosas. Podría catalogarse livianamente como un “film raro”, o simplemente una oportunidad para escapar por unos minutos del mainstream que copa cada vez más salas. Es un homenaje paródico al Giallo, pero también podría ser un tratado facilista sobre la mente humana, un caso de “cine dentro del cine”, un juego de espejos o un retrato estimulante sobre un paisaje infernal. Todo esto es la película de Peter Strickland, quien abre diversas hipótesis a lo largo del metraje sin terminar de definir ninguna y validando de este modo, todas las posibles. Particularmente creo que imponer una lectura en forma totalitaria sobre la cinta sería un despropósito; por lo que anticipo que si el lector entró en este apartado buscando una explicación del final de la misma, está perdiendo el tiempo.
Gilderoy (Toby Jones) es un ingeniero de sonido inglés contratado para trabajar en El Vortex Ecuestre, un giallo que tiene como director a un tal Santini, quien con tono sombrío asegura hacer cine de autor y no de terror, parodiando la explosión de los enormes cineastas italianos de la talla de Bava, Argento o Fulci. Nuestro protagonista se dispone a trabajar en la obra a pesar de no encontrar en este género su especialidad.
Al poco tiempo el mar de sonidos y las características sórdidas del estudio de grabación empiezan a afectarlo. Las propiedades evocadoras del sonido son utilizadas para narrarnos esa película que nunca vemos y reforzar nuestra empatía con él.
El soundtrack original es impecable y se convierte poco a poco en el motor narrativo del film.
La obra de Peter Strickland funciona como un tratado sobre la psicoacústica en general y el fonosimbolismo de modo particular. La magia de la composición del Foley radica en esa propiedad evocadora que, en sincronía perfecta con la imagen, genera el efecto deseado. Berberian Sound Studio lleva la teoría más allá, utilizando las fuentes sonoras y las imágenes de las frutas y verduras golpeadas para representar esas escenas que no vemos, pero que aún así resultan perturbadoras.
La MEZCLA juega constantemente con sus propias posibilidades. Se construye un espacio auditivo que acompaña la extrañeza de ese estudio de grabación, valiéndose de planos sonoros y paneos que serán resignificados cuando la cámara llegue a las fuentes de emisión. El sonido aparentemente extradiegético es revelado como diegético, la falta de sincronía en un diálogo expone un divertido efecto mamushka metalingüístico y los climas musicales que el mismo Gilderoy compone, ascienden y traspasan de una escena a otra hasta convertirse en el pulso del clímax narrativo.
Hacia el final, dos mundos se enfrentan y la estructura se quiebra para no volver a recomponerse. El sonido se oculta volviendo a ocupar el lugar que el cine suele darle, el cartel de SILENZIO que parte rítmicamente las secuencias hace efecto. Despojado de las propiedades psicoacústicas, del giallo de Santini sólo queda una pantalla en blanco.