Profondo Rosso
El cine italiano tuvo una importante influencia sobre la cinematografía mundial desde el neorrealismo, a mediados de los años ’40 con Vittorio De Sica y Roberto Rossellini como principales exponentes, pasando por el surrealismo fellinesco, la comedia alla italiana de Risi o Monicelli, el spaghetti western en los ’60, la polémica obra de Pasolini, los melodramas de Visconti y finalizando la etapa de oro de Cinecittá – las magistrales estudios que tuvieron a Carlo Ponti, Alberto Grimaldi y Dino de Laurentis como máximos representantes de la explosión internacional de estos realizadores – a los hoy veteranos Ettore Scola y Franco Zeffirelli. Sin embargo, dentro de esta maravillosa última etapa hubo un grupo de rebeldes que se animaron a cambiarle el rostro al género policial: Mario Bava, Lucio Fulci y principalmente, Dario Argento, se encargaron de horrorizar las salas de todo el mundo con el famoso Giallo Italiano que derivó al cine clase B y de ciencia ficción más sangriento y visceral que se haya hecho hasta el J-Horror.
El joven realizador británico Peter Strickland decide rendir homenaje al Giallo y al trabajo de los estudios Cinecittá con el thriller psicológico Berberian Sound Studio. La película es una pieza casi teatral, que sucede exclusivamente en el estudio que da nombre al film. Ahí se está realizando las post producción sonora de un típico Giallo que tiene todos los ingredientes del cine de estas características: sangre, gritos, vísceras y doblaje de voces. Para ello, el productor del film acude al ingeniero de sonido Gilderoy – impresionante trabajo de Toby Jones – un pequeño hombrecito británico, cuyos elegantes gestos, mínimas formas de expresarse, humildad y seriedad con el trabajo, contrastan con las violencia y la verborragia de los italianos, que además son bastante desprolijos y primitivos en su manera de trabajar.
Gilderoy debería solo supervisar la mezcla de sonido y la mezcla de voces, pero se empieza a involucrar también en la realización de efectos, ser testigo de la grabación de la banda sonora, los conflictos entre el productor y sus actrices, y la ausencia del misterioso director de esta horrible película. Pero sobretodo lo que le preocupa a Gilderoy es que no le pagan y lo tienen encerrado en habitaciones sin notificarle cuando va a terminar su trabajo y cuando le van a pagar por ello.
Strickland crea un clima opresivo y claustrofóbico. Durante la primera hora, el film se construye desde el ojo realista del protagonista, y entre el homenaje y la sátira se expone la naturaleza de los británicos contra los italiano. Sin embargo, más allá de esto, también queda expuesta el trabajo de un ingeniero sonoro, muchas veces olvidado e ignorado de los créditos de post producción de los films. Mientras que los productores, directores y actores son, la mayoría de las veces, los principales exponentes del mundo del cine, los ingenieros técnicos pasan a un segundo plano. Strickland, con mucha ironía, rescata el meticuloso trabajo del mezclador de sonido y analiza su función a la hora de realizar cualquier film (acaso solo DePalma en Blow Out o Hernán Godfrid en Música en Espera lo tienen en cuenta).
Sin embargo, a medida que avanza la historia, se va tornando más pesadillesca. Como una obra lynchiana, el espectador empieza a dudar sobre la realidad y el punto de vista del personaje. Haciendo uso del recurso de fuera de campo, el sonido en off, vinculado a la mirada de los protagonistas, adquiere un foco especial. Nunca vemos el film en cuestión y lo que nos llega son reflejos.
Teñida de humor negro, el film en su última media hora empieza a tomar formas más plásticas. Strickland decide experimentar con las alucinaciones del protagonista para no volver más al mundo real.
Berberian Sound Studio es una experiencia por demás interesante. Acaso su lenta aproximación al climax y algunas divagaciones entorpecen el relato, densifican innecesariamente al film, y su media hora final roza el surrealismo de manera exagerada. Pero la sólida interpretación de Toby Jones, con sus ojos chiquitos, su mirada expectante, su tartamudeo y delicadeza permite, junto con el inquietante y perfeccionista trabajo de la fotografía – ambientes claroscuros rodeados de sombras – y de sonido ya mencionados, que este segundo trabajo cinematográfico de Peter Strickland se disfrute en su totalidad.
Los fanáticos del Giallo adorarán la banda sonora y un pequeño homenaje a la banda de culto Goblin, que musicalizó gran parte de la filmografía de Argento.