Berberian Sound Studio es un filme de terror que trabaja sensiblemente con el sonido para crear su atmósfera inquietante.
Ver en el cine es inevitable. Todos aprendemos a mirar porque el sentido de la vista define y predomina en nuestra percepción; el cine reproduce e intensifica la condición óptica de los hombres; además, reconocer el ABC de la gramática cinematográfica no requiere la misma dedicación que entender los postulados básicos de la mecánica cuántica. Escuchar en el cine también es inevitable, pero no todos sabemos escuchar.
Berberian Sound Studio, más allá de su trama y homenaje cinéfilo al giallo (un subgénero de cine de terror italiano) funciona como una pedagogía meticulosa sobre la construcción poética del sonido en el cine. El segundo filme de Peter Strickland podría verse con los ojos cerrados.
Un ingeniero de sonido inglés llamado Gilderoy viaja a Italia para trabajar en el acabado sonoro de un filme de terror. Ese país extranjero, como la película que Gilderoy viene a sonorizar, permanece en un total fuera de campo. Lo único visible es el estudio Berberian, que se parece a un castillo kafkiano en el que se practica una burocracia ligeramente autoritaria y ostensiblemente patriarcal. La atmósfera ominosa también puede remitir al universo del Conde Drácula. Pasará un buen rato hasta que Santini, el director del filme en cuestión, aparezca en escena. Su semblante es misterioso. No tiene colmillos, pero a juzgar por su acecho permanente a las actrices que ponen la voz en su película, ellas no están lejos de ser víctimas de un monstruo.
Que el filme transcurra prácticamente en el estudio de sonido italiano sugiere que el ingeniero Gilderoy no solamente es un extranjero en un mundo lingüístico ajeno sino casi un prisionero. Desde el momento en el que llega, la distancia y la sospecha definen las relaciones entre él y el resto del personal. Frente a cierta discrepancia estética sobre la película en la que trabaja, el productor demanda su profesionalismo; un comentario negativo de Gilderoy sobre el género del filme despierta la ira de Santini: "No es una película de terror. Es una película de autor".
Como sucedía en Figner: el fin de la era del silencio (2006), una película poco conocida de Nathalie Alonso Casale, Strickland revive una tradición extinta del trabajo sonoro en el cine. El ingeniero de sonido Gilderoy representa esencialmente al "foley", quien solía encargarse de grabar sonidos en sala para las escenas. Recordemos que el sonido directo es tardío en el cine, pero incluso así ¿cómo grabar el audio de un puñal atravesando la carne? Despedazando un repollo a cuchilladas, por ejemplo.
Uno de los placeres inesperados de la película reside en constatar la creación de una realidad sonora a partir de elementos culinarios. El trabajo artesanal sobre el sonido en la era analógica era un formidable ejercicio de sustitución e imaginación.
Imperceptiblemente, Berberian Sound Studio se convierte en los últimos 30 minutos en un filme de terror psíquico, más cerca del cine de David Lynch que de los popes del género giallo, como Argento y Fulcio. Más que a brujas y demonios, el enrarecimiento de la trama responde al los fantasmas edípicos que amenazan la estabilidad psíquica del personaje. Cuando sonido e imagen se sincronizan por completo la descomposición psíquica del buen Gilderoy es irreversible. El terror siempre comienza en nuestra mente.